FUERA DE JUEGO
El gato chino que mueve la pata
Cuando se mira al detalle un escaparate o se hojea algún tipo de catálogo suelen encontrarse cosas que generan la pregunta sobre quién será el potencial comprador. Si están ahí es por algo y como ocurre también con el arte, la música o la literatura habitualmente se hace bueno aquello de que todo tiene su público.
Los partidos políticos parece que no saben refrenarse a esa tendencia. Y más aún cuando se descuentan meses para las próximas elecciones. En caso contrario sería muy complicado de entender que en el Ayuntamiento de León —donde las líneas rojas divisorias parecen tan extremas cuando interesa— sí se ponen de acuerdo para aprobar que en el futuro las placas de las calles incluirán la traducción al leonés. En determinadas formaciones parece entendible, porque les va en el cargo el realizar pérdidas de tiempo tan notables o el buscar ese tercer pie al gato que sigue moviendo sin descanso su pata.
Respetar la cultura, las tradiciones, lo etnográfico-etnológico-etnolingüístico... e incluso garantizar su preservación para el futuro es una de las múltiples obligaciones de las instituciones y en general de la sociedad. Pero también es un deber poner cada cosa en su sitio y de momento por mucho Instituto Confucio como tengamos en León no urge cambiar a Guzmán por una escultura del gato de la pata móvil con la escala apropiada.
La auténtica bazofia en que se han convertido muchas ‘calles’ de las redes sociales ejerce hoy un efecto amedrentador en nuestros dirigentes. Se les pone al límite, lo que complica los gestos de valentía, porque es más fácil decir que el gato es original o incluso bonito que plantar cara a la realidad. Lo llamativo del apoyo a las calles en leonés es que llega desde todo tipo de trincheras políticas. Se rozó la unanimidad, porque más vale prevenir. Mejor esto que quedarse cortos.
Pero es que la política se hace ahora así, al ritmo cansino y machacón de la pata gatuna. Da todo igual. Lo importante es no perder el ritmo y seguir el carril que minimiza los riesgos. Cada uno habla de su libro, sin atender realidades ni razones. Huyen como liebres —que nos cuelan aunque en realidad son gatos— y se suben a la cresta de la ola para buscar la única meta: la supervivencia propia.