Ya no hay puertas giratorias
D urante mucho tiempo —y hay constancia de ello en el Diario de Sesiones del Congreso— se crítico de manera ácida y permanente lo que se denominó, en metáfora afortunada, «puertas giratorias».
Un alto cargo, ministro o director general o subsecretario, al cesar en su función, se marchaba al sector del que procedía o a la empresa privada.
Todos ellos quedaban bajo sospecha de si el nuevo trabajo o puesto habría sido una consecuencia de posibles favores anteriores a los nuevos patronos. De esa forma, parece que sólo se podrían dedicar a la política los funcionarios, pero quedaban fuera los que osaron ganarse el pan en una empresa privada.
Sin embargo, este prejuicio, esta condena moral sin justificación alguna, generalizada y universal, ha quedado resuelta con la contratación de la esposa del presidente del actual Gobierno por una empresa privada.
Con esta brava resolución, no cabe duda de que el problema de las puertas giratorias es una cuestión de los gobiernos anteriores, pero no de éste, porque sin ningún complejo las puertas ya no son giratorias, ni de bisagra: sencillamente ya no hay puertas. ¿No queríamos transparencia? Pues esto es la transparencia máxima.
De esta manera, la esposa del presidente, por la noche, podrá asistir a una cena oficial, ofrecida por el Rey de España, en el Palacio de Oriente, en honor del presidente de un estado de África y, al día siguiente, hablar con dicho presidente sobre los asuntos de la empresa privada que la ha contratado.
Naturalmente, la esposa del presidente del Gobierno de España no va a cometer la grosería de aprovechar el Palacio de Oriente para establecer citas, a nadie se le ocurre, pero tendrá ocasión de llamar al día siguiente a través de su secretaría, no la de Moncloa, sino la de la empresa privada que la ha contratado.
Dijo Pedro Sánchez que España entraba en una nueva era. Y parece que va teniendo razón.