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Ley de gatos
Vivimos un tiempo en que se reparten con profusión y soltura todo tipo de mandobles a la dignidad humana, vegetal, mineral y animal, una clase especialmente agraviada en los múltiples festejos populares que -¡tremendo!- se pagan con dinero público y siguen evidenciando el catetismo de un país, el nuestro, cuya crueldad para con animales resulta difícil de digerir. Una chanza desternillante han provocado las declaraciones del nuevo ministro de Cultura, José Guirao, quien dijo en su día a la prensa internacional que consideraba a los animales iguales a los seres humanos en cuanto a inteligencia, sensibilidad y derechos. Ocurre que yo pienso lo mismo, particularmente si hablamos de los gatos, pequeños dioses con ojos de linterna que llevan conviviendo con nosotros la friolera de 8.000 años. Buscando el bien común, además de salvaguardar el imperio de la ley, allá por la primavera el Ayuntamiento capitalino promovió un plan de control, desparasitación y esterilización para los 500 gatos callejeros que se reparten por el casi medio centenar de colonias ubicadas en distintas zonas de la ciudad.
Pese a que lo habitual en León es una lectura sesgada y cazurra de los hechos, hubo en principio una gratificante voluntad de acuerdo en que se trataba de buena cosa tanto para los vecinos de las colonias como para esos seres exquisitos dejados a la intemperie y que, por si alguien no lo sabía, odian la suciedad por encima de todas las cosas. Un agravio que suele incluirse en el expediente de calumnias perpetrado por los detractores felinos. He esperado un tiempo para ver si el invento funcionaba y, partiendo del respeto y un ejercicio de concordia, parece que así ha sido, al menos en lo que yo conozco. Todo ello fruto de una decisión municipal cargada de sensatez y sapiencia, que por cierto no es habitual en otras capitales españolas de nuestro rango social y poblacional. La gran reina Cleopatra, tan sofisticada ella, creía descender de los gatos. No es cierto, pues si se pudiera mezclar al hombre con el felino, sería una mejora para el hombre, pero rebajaría sin duda al gato.