MARINERO DE RÍO
La era de la basura
De entre todos los posibles, tengo para mí que el elemento que mejor resume los tiempos actuales es la basura. No el microchip, no el iPad, no las redes sociales, no el gepeese, no: por encima de todos esos complejos artefactos está —y sobre todo, queda— el simple, antiestético, ubicuo y molesto desperdicio. La mierda lleva camino de dejar más huella en el mundo que los libros o que el arte. Cuando el Partenón quede reducido a polvo, islas formadas por botellas de plástico azul aún flotarán en el océano impasibles, como brillantes y frías señoras de la creación. Nuestra vida gira en torno al detritus de modo sorprendentemente natural, y el mero acto de arrugar un folio apenas usado y tirarlo a la papelera estremecería a aquellos abuelos nuestros hechos al aprovechamiento continuo, al reciclaje milenario que dirigió la vida humana desde que ésta diera sus primeros boqueos sobre la tierra. La propia palabra se ha corrompido, podrido, gotea: los pastores de amplias zonas del centro de España llamaban basura al valioso abono que va dejando el ganado mientras pace las fincas.
Infinito el acarreo nocturno de bolsas por las calles, incontables los viajes de los camiones, ingentes los problemas que plantean los centros de tratamiento de residuos. Buena prueba de la omnipresencia del detritus está en el súper, cuando uno va a comprar alimentos y el doble de lo que trae a casa es desecho. La basura, además, extiende sus tentáculos a muchos más aspectos de nuestra vida, pues es voraz, es inacabable, es líquida, es capitalista y es democrática. Los ciudadanos del tercer mundo, que aún no conocen su siniestrez, ansían producir sus buenos tres kilos de basura diarios. El hombre ha dejado su huella en el planeta a base de inmundicia y combustible fósil, un nuevo e inesperado estrato geológico. Usar y tirar. Consumo rápido, peligroso derroche. Los reyes de la fiesta no tienen por costumbre pensar en la resaca del día después, pero el despojo ya lo pringa todo, se amontona en la puerta. Hay comida-basura, televisión-basura, hipotecas-basura, política-basura, periodismo-basura (y profesionales-basura), economía-basura y hasta basura-basura.
A partir de ahora miremos la bolsa negra con cierto cariño: es el legado que vamos a dejar a nuestros hijos.