Prácticas monopolísticas
E l progreso tiene muchas ventajas pero no nos está librando (a los ciudadanos en general y a los trabajadores en particular) de prácticas monopolísticas muy sofisticadas que en el fondo tienen raíces antiguas y colisionan con los derechos sociales y con los fundamentos de los estados modernos. Dos ejemplos ilustrarán esta afirmación.
Uno: Amazon comenzó en septiembre del año pasado a buscar públicamente una ciudad para su segunda sede (la primera está en Seattle), que se llamará HQ2, en la que prevé invertir 5.000 millones de dólares y crear 50.000 puestos de trabajo altos (100.000 dólares anuales de media) en los próximos 10/15 años. Con ello ha abierto, evidentemente, una operación de race to the bottom (competición a la baja) que, por lo que ya se conoce, le deparará unos incentivos fiscales de muchos miles de millones de dólares. Al propio tiempo, y como ha reconocido la compañía, Amazon está obteniendo del proceso información valiosa sobre oportunidades inmobiliarias, datos de empleo y disposición a hacer rebajas de los 238 emplazamientos que han presentado propuestas. La gran pregunta que se plantea es: ¿resulta legítimo y razonable que la mayor empresa del mundo regatee a las ciudades norteamericanas el pago de los impuestos y gravámenes que permiten la subsistencia de las administraciones públicas, del Estado en todas sus formas? Dos: los analistas norteamericanos están relativamente sorprendidos de que, estando el paro en mínimos históricos (por debajo del 4% este año), y escaseando por tanto la mano de obra, los salarios están estabilizados. No existe una causa única y sí una confluencia de concausas: la gran debilidad de los sindicatos americanos, la globalización, el estancamiento de los salarios mínimos o la concentración geográfica del crecimiento. Pero sobre todo parece influir el hecho de que las compañías de cada sector hayan pactado los salarios internamente y entre ellas. Por ejemplo, no se permite la movilidad entre establecimientos de la misma cadena de comida rápida. Y ya se dan casos de pactos entre cadenas rápidas para cerrar todavía más la oferta laboral. Ni la presión sobre las ciudades para «vender» la localización ni los pactos de precios sobre salarios son prácticas ortodoxas que hayamos de tolerar acríticamente. La competencia real ha de basarse en la permeabilidad, la transparencia y una auténtica igualdad de oportunidades. Conviene reflexionar sobre estas cuestiones.