Mala obra pública
A resguardo de lo que la investigación determine sobre las causas del desplome de la pasarela portuaria que la otra noche se cobró en Vigo más de 300 heridos, así como sobre las eventuales deficiencias en su construcción y en su mantenimiento, el suceso, que milagrosamente se ha saldado sin víctimas mortales, señala la necesidad imperativa de que la obra pública en España se adapte a las más altas exigencias de calidad y seguridad.
Es cierto que el mar se lo come todo, también un paseo de tablones sobre estructura de hormigón como con el que se quiso brindar a los ciudadanos de Vigo el disfrute de su bellísima ría, y que treinta años, más o menos los que tenía la construcción derrumbada, no son pocos si se sufre constantemente los embates de las olas, el viento y la lluvia, pero no lo es menos que por eso mismo, por el ambicioso propósito y por las duras condiciones de su emplazamiento, esa estructura destinada al paso de miles y miles de personas debió concebirse para soportar las inclemencias más extremas de la intemperie, a fin de asegurar la plena integridad de sus usuarios. O dicho de otro modo: nunca debió desplomarse esa pasarela. Sea porque, por incompetencia o por codicia, se emplearon malos o insuficientes materiales, porque nadie se ocupó de su correcto mantenimiento, o porque el número de los transitaban a la vez por ella rebasaba las previsiones en los planos del proyecto, lo cierto es que centenares de vigueses, jóvenes y menores en su mayor parte, vieron entenebrecida y desgraciada una fiesta, la de O Marisquiño, por un súbito e infernal alud de cuerpos, de sangre y de gritos, y que la responsabilidad penal o civil del accidente pudiera, cual suele suceder en España, tardar insoportablemente en determinarse, o no determinarse nunca.
Las obras públicas, por los fines a que se destinan y por los sobreprecios que habitualmente nos cuestan, deberían ser siempre sólidas, casi indestructibles. Sin embargo, vemos demasiado a menudo cómo los firmes de las carreteras se deshacen y cómo, en los vendavales, lo primero que vuela son las cubiertas de las escuelas, de los polideportivos y de los hospitales. El paseo de tablas sobre hormigón del puerto de Vigo, ideado para el tránsito recreativo, y masivo, de las personas, no debería haberse hundido, succionándolas, anegando su fiesta.