Trump y su segundo
E s curioso, incluso interesante, aunque poco útil o irrelevante en términos políticos, anotar día tras día las ocurrencias, salidas de tono o amenazas del presidente Donald Trump, muchas de ellas expresadas por una marea de tuits con firma del autor. Para el gran público, tal vez el genuino destinatario del envío, es, o era, más bien, una distracción realmente novedosa ver a un presidente de los Estados Unidos dando doctrina, haciendo pronósticos o repartiendo elogios o latigazos.
«Cosas de Trump» dicen en voz baja los periodistas, que han dejado de analizar el contenido presuntamente relevante que parecía necesario atribuir a los textos presidenciales. Pero si la costumbre se prolonga, como se da por seguro conociendo al tenaz escritor, habrá que alterar algo el escenario, moverse en un ámbito material distinto al que exigen unas pocas palabras cuyo número es idéntico para el hombre más poderoso del mundo que para el ordenanza de servicio. Un cierto intento de elevar el tono y sugerir una importancia particular parece, sin embargo, el objetivo de asociar a veces a la comunicación presidencial al vicepresidente Mike Pence.
De pie tras el presidente en el escenario escogido, el cuadro parece haber sido ideado por asesores persuadidos de que Pence es un impagable ejemplo de disciplina y respaldo al patrón, una especie de modo de recordar que él es la lealtad personificada y, de paso, que ha sabido presentarse como una suerte de ayudante distinguido que de vez en cuando hace algún recado al jefe —una relativamente reciente visita por Oriente Próximo cuando todas las grandes decisiones pro-israelíes estaban tomadas— se deja ver y goza ostensiblemente colocándose en el difícil plano que se atribuye a todo buen segundo en el mando.
Estos apuntes vienen a cuento de que los acontecimientos en marcha podrían terminar en un desastre institucional que obligara a Pence a asumir el primer papel desde su modestia actual. Para entonces se recordará el viejo y cruel aserto que todo el mundo conoce en el Capitolio. Una madre tenía dos hijos y, ya mayores, no supo más de ellos: el uno era marino, vicepresidente el otro.