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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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Para regocijo del espectador, el otro día repusieron en televisión una película con tanta moraleja como Grease, recién cumplidos los 40 años de edad, aunque no parece haber hecho mella en la cinta la natural demolición que el tiempo suele aplicar a todas las cosas. Una comedia romántica y juvenil que se ve con la sonrisa puesta, pues nos ilustra sobre los simpáticos modos de vida de aquellos buenos y viejos tiempos de amoríos y correrías. El eterno argumento cinematográfico de chico conoce a chica, y a partir de ahí comienzan los problemas, es una pendencia secular que en esta ocasión atañe a Sandy Olsson y Dany Zuko —o dicho en otras palabras, Olivia Newton-John y el tan imitado pero nunca igualado Travolta—, una parejita de adolescentes enamorados en uno de los interminables veranos del pasado. En amor, lo que parece es, así que sus encuentros y desencuentros sentimentales, ambientados con una banda sonora excepcional, son la base de una película que ocuparía para siempre un pedazo del corazón para toda aquella generación que buscaba entonces, en 1978, rendijas de libertad.

¡Qué circunstancias se vivían en nuestro país, sumido en la ahora vapuleada y denostada transición! Un tiempo de hacer milagros, pues partiendo de los pobres materiales con que se contaba a la muerte de Franco, empezando por el ahora llamado rey Emérito y poca cosa más, se lograría dar forma a una nación más justa, más digna y más democrática. Todo ello casi de chiripa, de carambola, en medio de un contexto de atentados etarras casi a diario y un runrún golpista que se escapaba desde los muros de los cuarteles. Pese a tan amenazantes vaivenes cotidianos, se pudo construir una España cada vez más próspera y menos convencional, perfilando las estructuras de la moderna casa común donde todos vivimos ahora. En definitiva, se entraba en otro ritmo vital representado por las canciones Grease, cuyo disco de vinilo conservo entre mis valiosas posesiones ya que ocupó buena parte del bien empleado tiempo perdido de mi juventud. Y es que, aunque no lo supiéramos, nunca seríamos tan jóvenes ni tan felices.

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