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Ponferrada

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En la Puerta del Perdón de Villafranca del Bierzo y vestido completamente de negro, la barba blanca, bien recortada, el pelo escaso, el escritor brasileño Paulo Coelho pisó el segundo peldaño de la escalera de acceso a la iglesia de Santiago y posó rodeado de japoneses.

No eran turistas. Ni peregrinos.

Coelho ya era entonces un novelista inmensamente popular tras escribir best-sellers como El alquimista o El peregrino de Santiago, y recién entrado el otoño de 2001, un equipo de una cadena de televisión nipona acompañaba al escritor para rodar un documental sobre la Ruta Jacobea. El mundo acababa de cambiar, el mundo de «paz y tolerancia» que pedía Coelho ya no era el mismo a las dos semanas de la masacre de las Torres Gemelas en Nueva York, a punto de invadir Afganistán los Estados Unidos, a la caza de Bin Laden, y con Irak y sus falsas armas de destrucción masiva en el punto de mira del presidente Bush después del terrible atentado cometido contra uno de los símbolos del sueño americano.

Al día siguiente de su estancia en Villafranca del Bierzo, también vestido de negro y con una concha de peregrino al cuello, Coelho pisó el Castillo de Ponferrada, donde rodó con la actriz japonesa Funi Dan, saludó a una peregrina brasileña que le reconoció en el interior del recinto y posó para este periódico con un ejemplar de la edición Bierzo de Diario de León mientras hojeaba la noticia de su llegada a la comarca.

Coelho decía entonces que el verdadero valor del Camino era estar desnudo delante de la naturaleza y delante de uno mismo. Y sonaba a discurso trillado de predicador. A sermón de domingo. Nada nuevo, claro, pero así es cómo llegaba a sus lectores y así ha hecho mucho dinero con sus libros. Tiene su mérito, sin duda.

Ahora acaba de publicar nueva obra, Hippie la ha titulado. Y despierta hilaridad leer la entrevista que aparece en XL Semanal y donde primero afirma que es hippie —con dinero, porque la riqueza es una abstracción— y luego no, y luego sí de nuevo y le pide a la periodista que lo borre todo y empiece otra vez. Pocas veces se habrá visto a Coelho tan desnudo delante de sus lectores. Y el Camino, me temo, no ha tenido nada que ver.