Jesús Torbado
C on solo 35 años ya tenía una obra amplia y valiosa. Jesús Torbado escribió siempre con criterio y compromiso. Todo lo que nos legó era sólido y era fruto de su curiosidad. Y alcanzó el reconocimiento con solo 22 años, cuando se publicó su novela Las Corrupciones . Un libro que para mí, como para tantos, supuso una verdadera revelación. No menos sorprendente fue saber que su autor era un joven leonés nacido en Tierra de Campos.
Leía Las Corrupciones y creía que había sido escrita para mí. En ese libro Jesús narra sus andanzas casi adolescentes por una Europa tan anhelada como inalcanzable para los jóvenes provincianos de la España de entonces. Europa estaba muy lejos, era muy cara y Torbado se las ingenió para conocerla, amparado en diversos y humildes trabajos. Y llegó hasta Suecia.
Él contaba en ese libro la destrucción de los falsarios horizontes que el franquismo nacional-católico trató siempre de imponernos. El autor, educado en los mundos frailunos de la meseta, descubría su verdadera identidad en sus aventuras por Francia, Holanda o Escandinavia. Y nos ofrecía aquel mundo moderno y democrático que surgía al otro lado de los Pirineos. Nos hablaba de los albergues para jóvenes, de las ciudades anglosajonas y de la alegría del amor. De casi todo lo que se podía definir con la palabra libertad.
Jesús fue un leonés que quiso vivir en la lucidez de su relativo olvido y en su pasión por la escritura. Hermosa, amena y diversa. Ahí están Los Topos para subrayarlo, su extenso informe, escrito con su colega Manu Leguineche, sobre los españoles que permanecieron escondidos durante el franquismo interminable. Por temor, tan cierto, a ser apresados, torturados o muertos. Torbado también escribió un ardiente libro de caminante por su tierra natal. Y publicó infinidad de volúmenes de cuentos, novelas y crónicas de viajes. Fue un trabajador incansable que ganó el premio Planeta con 33 años, con una valiente ucronía —En el día de hoy — donde imaginaba cómo podría haber sido la historia de España si la república hubiese ganado la guerra civil.
Solo lo vi una vez, en 1987, en la Casa de León de Madrid. Estaba con brillantes escritores paisanos, entonces incipientes aunque eran de su misma edad, y todos encandilados bajo la embriagadora narración oral de Antonio Pereira. Jesús permanecía silencioso. Algo así como póstumo de sí mismo. O como si fuera un aspirante a escritor en medio de aquel grupo. Él, que ya tenía una obra plena y luminosa. Pero prefería estar ausente, sonreír un poco. Yo le saludé y le dije que era hijo de Las corrupciones. Lo sigo siendo. Porque es un libro que me enseñó a soñar cuando yo era un muchacho. Me ofreció los sueños que yo más quería sentir entonces. Desde su rastro quiero honrar a Jesús Torbado, que acaba de decirnos adiós. Rumbo a algún albergue de Ámsterdam. Hacia 1966.