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LA SEMANA manuel campo vidal
León

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D e fotos andamos sobrados en la política española, pero de proyecto muy escasos. Como si los dirigentes de partidos y gobiernos hubieran confiando su rumbo a los estrategas de imagen, esto solo avanza de foto en foto; pero nada más. Que si Pablo Casado, tras criticar la tolerancia a la inmigración, acude a saludar a unos subsaharianos recién rescatados; que si calles y playas catalanas se llenan de lazos y cruces amarillas mientras Quim Torra sube el pistón y habla de «acusar al Estado»... Hay ejemplos de todas las fuerzas políticas. Son fotos, o frases, pero de proyecto de país, es decir, de saber adónde vamos, nada.

Pedro Sanchez está urgido a presentar su hoja de ruta. A punto de cumplir cien días de Gobierno, lo que antes suponía una tregua y ahora es una simple medición mediática, del presidente se espera que dé a conocer su proyecto, que no puede ser solo ganar tiempo de permanencia en el poder. Y con decretos-ley «manejando con peligroso desparpajo los instrumentos constitucionales», como advierte el catedrático Sosa Wagner, ex eurodiputado de UPyD.

España, a la muerte de Franco, al que ahora se cambiará de cementerio porque fue el único dictador europeo con funeral de estado, tuvo un Rey y un presidente, Suárez, con un proyecto claro: instaurar la democracia. Le siguió Calvo Sotelo que metió a España en la OTAN y avanzó hacia Europa. Con Felipe González el proyecto se llamó modernización y europeismo. Aznar se propuso liberalizar la economía a su manera (privatizaciones, etc.) e impulsar el atlantismo. Se podrá estar de acuerdo o no, pero había un proyecto. Zapatero se centró en la ampliación de las libertades individuales y Rajoy apenas definió su proyecto con claridad, pero entre su gestión y los vientos de cola favorables (petróleo e intereses bajos) fuimos saliendo -no todos- de la crisis. Conviene ahora saber a dónde quiere llevar a España Pedro Sánchez.

Cierto es que para impulsar un proyecto hay que contar con una mayoría de Gobierno sólida. Ahora no existe. Fue flor de un día para derrocar a Rajoy que estaba embarrancado, y con su partido condenado por corrupción, aunque él vivía feliz porque acababa de aprobar (en mayo) los Presupuestos del año. Cayó Rajoy, apenas nadie lo lloró, y renunció también a la presidencia de su partido. Pedro Sánchez presentó un gabinete tan solvente, salvo excepciones, que sorprendió a todos y comenzó a escribir su relato propio desde varios frentes: solidaridad con la inmigración que se ahoga en el Mediterráneo; distensión en la medida de lo posible con Cataluña; fuerte conexión con la Europa que resiste al populismo (Macron y Merkel); apertura a América Latina empezando por el eje del Pacífico (viaje esta semana a Chile, Bolivia, Perú y Colombia) y así sucesivamente. Se intuye por dónde puede ir, pero hace falta armar el proyecto y presentarlo. «Está en eso», sugiere un cercano colaborador.

Es imprescindible porque España anda desdibujada desde hace demasiado tiempo y con una doble amenaza: la inestabilidad europea y el eterno desafío catalán. Prepárense para el septiembre-octubre que viene con un programa que la activista Pilar Rahola explica en un vídeo grabado por un asistente a un acto en la Cataluña profunda: «Ahora va en serio. Tenemos que armarla gorda», convoca, empezando por una declaración de Torra el día 4, más la manifestación del 11; luego, la celebración del 1 de octubre, el gran éxito mediático mundial del independentismo gracias a la intervención policial en algunos colegios picando el anzuelo.

El riesgo siempre es que pase algo irremediable. «Si persistís sois invencibles», le dijo a Rahola un abogado inglés. Por el mismo criterio, si se produce una desgracia, por la que algunos suspiran, la tensión escalará peligrosamente y la nueva campaña se disparará. «Vamos a por la segunda temporada -dicen los independentistas- con voluntad de que no haga falta una tercera». Con eso hay que contar. Enfrente, en vez de fotos, mejor tener un proyecto ilusionante para España.