En blanco
A la catalana
Dijo Sir Winston Churchill en una de esas frases geniales que se le suelen atribuir: «La historia nos da la razón, especialmente si esa historia la escribo yo». Una verdad del tamaño de una casa que sin duda inspira a los colectivos revoltosos e independentistas catalanes, acostumbrados a moldear a su gusto el sermón de lo sucedido en el pasado. Pero no todo vale, empezando por la tremenda desfachatez de reinventarse como reino medieval y otros imaginarios contantes y sonantes que son, por describirlos finamente, un disparate como un escaparate. El llamado «procés», cimentado burdamente en una estrategia de marketing pagado y de un victimismo sangrante, me recuerda a uno de esos vídeos de las bodas en los que hablan los amigos y todo el mundo es bueno. Y así, boxeando claramente por encima de su peso, en pleno aquelarre separatista pespunteado por pautas de arrobo, encubrimiento y complicidad entre unos y otros, el homenaje institucional a las víctimas de la locura yihadista se ha visto acompañado por valoraciones cretinas como la de una tal Elisenda Paluzie, capaz de decir que Cataluña gestionó los atentados como un «auténtico país», lo que me suena a algo así como fuera de juicio.
Pese a la aparente tregua establecida con motivo de dichos actos y la consiguiente presencia del rey de España, vapuleado a fuerza de insultos o de la habitual silbatina acompañada por el grito de «¡Los Borbones, a los tiburones!» que escuchamos a cada final de la Copa del Rey, me temo lo peor de cara a la inminente Diada y el 1-0, cumpleaños de esa República virtual a la catalana que, según quienes la proclamaron, nunca existió. Volverá el mambo y la mascarada, claro, todo con tal de mantener viva la llama de subversión al orden constitucional. Más allá del posibilismo cauto que sería menester para alcanzar acuerdos, Puigmamón y sus adláteres ven lazos y conspiraciones de inspiración salafista entre los autores de los atentados y los Servicios de Inteligencia española, dando muestras de una sofisticación ideológica fuera de toda medida. Obtusos por determinación genética, vamos.