Franco y José Antonio
F ranco y José Antonio se conocieron poco en vida, pero sus muertes les han hecho inseparables. Quienes estudiamos durante la Dictadura recordamos sus fotografías copresidiendo las aulas. Uno estaba enterrado y el otro en el poder absoluto. El que quedaba y disponía de vidas y obras no amaba al fallecido, pero se escudaba en su ideología, de corte fascista y autoritario, y a la sombra de la parafernalia que inspiraba su partido, mantenía a raya a sus seguidores y se servía de ellos como palmeros.
Hasta compartieron tumba. Ahora parece que les ha llegado el momento de separarse. Quizás también de dejar clara para la historia la diferencia entre las responsabilidades de uno y otro. Franco encabezó una rebelión con las armas y fue un dictador cuya obra se resume en cifras incalculables de muerte, exilio, cárcel y represión en todas las variantes. Nada de cuanto hizo respondió a una legalidad democrática. Las bases pseudo jurídicas en que se cimentó su régimen fueron inventadas e impuestas a golpe de consejo de guerra. Con la figura y participación de José Antonio se puede discrepar y se discrepa, pero coincidencias ideológicas y circunstancias aparte, sus trayectorias difieren bastante.
José Antonio, aprovechando la libertad de la época, fundó un partido, Falange Española. Un partido de corte fascista, muy a la moda en aquel momento y de ideología autoritaria, principios conservadores y aspecto disfrazado de cierto populismo. Se podía estar de acuerdo o no, pero era un partido legal, que cometió desmanes y, aunque insignificante en la vida política actual, aún lo sigue siendo. Aunque exaltados militantes protagonizan hechos violentos, nadie reclama ilegalizarlo.
José Antonio Primo de Rivera fue elegido diputado y disfrutó de libertad democrática para exponer desde el escaño sus ideas y la oposición al Gobierno legítimo de la República. Cuando Franco encabezó la rebelión que llevaría a una guerra fratricida, el fundador de Falange Española, cuyo programa había sido adoptado por los golpistas, se sumó entusiásticamente y fue encarcelado, juzgado con escasas garantías jurídicas y fusilado. No fue el único de cada bando.
Fue una víctima más entre tantas de aquella barbarie. Su memoria quedó empañada sobre todo por la utilización que el Régimen hizo de sus ideas para justificar su dureza y del fanatismo de sus miembros para ejecutarla. Tanto durante la guerra como después a Falange hay que atribuirle muchas iniciativas y acciones de matonismo criminal. No parece por lo tanto que su fundador se haya hecho acreedor al honor que disfruta en su actual tumba, pero tampoco el traslado de sus restos esté tan justificado como el de Franco. El también fue una víctima de la guerra que Franco inició.