EDITORIAL | Implicación social para aliviar el mal de la soledad
El brutal asalto ayer a una mujer nonagenaria en su propia ha hecho saltar las alarmas sobre una de las cuestiones que más deberían inquietar a la sociedad pero que no despierta el interés que merece. La inseguridad que sufren los mayores que viven solos es un problema que requiere una implicación global de la comunidad y la puesta en marcha de una batería de actuaciones coordinadas que eviten en la medida de lo posible situaciones como la ocurrida ayer. Esta inquietud se agrava en los entornos urbanos, donde se no se percibe esa cercanía que se vive en los pueblos y donde, por ejemplo, no se suelen dar situaciones tan dramáticas como la alarmante cifra de personas que permanecen varios días o meses muertas en sus casas por falta de contacto habitual con familiares o vecinos. Es en esta vecindad en donde quizás esté la clave o el punto de partida de una estrategia que no sería tan difícil de llevar a cabo y que podría evitar muchos de estos sucesos. Es evidente que las fuerzas de seguridad no pueden custodiar a cada persona mayor que vive sola y aunque son de elogiar iniciativas como la del Grupo de Mayores de la Policía Local de León o el Teléfono de la Esperanza, ambas propuestas puede formar parte de una red mucho más amplia que implique a la sociedad en su conjunto. El vecino, el comerciante, el cartero o el médico pueden detectar la situación de extrema soledad de un ciudadano y su obligación como parte de esta comunidad debería llevarles a alertar sobre estos casos o, mucho mejor, acompañar a estos mayores en determinadas circunstancias para que no se conviertan en un objetivo fácil de los delincuentes sin escrúpulos.