fuego amigo
Adiós a Jesús Torbado
Mucho puede la muerte en agosto», advirtió Miguel Hernández y fue replicando Umbral hasta que hace once años le alcanzó a él. Ahora hace poco más de una semana que nos llevó a Torbado, tras dos décadas de silencio creativo. Es el paréntesis de perplejidad que media entre El imperio de arena, su última novela, y la despedida. Un par de años después, publicó su reportaje sobre la mercadería milagrera y sucesivamente nuevas ediciones de varios de sus muchos éxitos literarios: Los topos, El peregrino, En el día de hoy o Tierra mal bautizada. Pero se aplicó de modo radical su derecho a la fatiga del precursor.
Porque Jesús Torbado (que en enero había cumplido los 75 de su despertar en una calle menestral del Húmedo) fue precoz en el éxito, anticipando quince años la eclosión de sus coetáneos. Precoz, prolífico y generoso en el esfuerzo. Cuando obtuvo el Planeta con 33 años, Vázquez Montalbán expresó su deseo de que aquellos millones sirvieran para proseguir una carrera literaria, esquivando la tentación de tributar en tantos caladeros. No fue así y nuevos proyectos enciclopédicos (Zoo amigo; Pueblos, Ciudades y Paisajes de España), en los que a menudo colaboré, vinieron a sumarse a los previos dedicados a la música popular del siglo veinte (1973), a las andanzas hippies orientales o a su continuada labor como documentalista para los programas televisivos de Íñigo, Balbín o Carlos Vélez (Encuentros con las letras).
Junto a este trajín agotador, Jesús Torbado nos dejó media docena de estupendas novelas, que debiéramos seguir disfrutando, varios libros de viajes canónicos y reportajes de tanta entidad y provecho como Los topos (1977) o ¡Milagro, milagro! (2000). La novela de su estreno (Las corrupciones, 1966) se convirtió en viático de toda una generación. Muñoz Molina ha evocado el impacto que le supuso este libro, lectura de cabecera de los jóvenes de la época. Su protagonista vive una crisis de identidad que le lleva de la seguridad a la duda, del inconformismo al nihilismo y resuelve con una invitación a la intemperie del individualismo, a la celebración vital, al peregrinaje inconformista, al disfrute de otros aires y de ámbitos distintos.
Muñoz Molina ha confesado cómo Las Corrupciones le reveló una escritura de su época y su lectura lo tuvo un par de años imaginando imitaciones de la novela de Torbado. Pero no fue nunca Torbado un novelista cómodo con el éxito. Al contrario, cada uno de sus mejores libros narrativos supone un cambio de rumbo, una senda nueva, una apuesta arriesgada, sin resignarse a exhibir la estampilla gregaria de pertenencia a una corriente, editorial o tendencia. Sus personajes siempre apuestan por la independencia frente al tirón vicario de cualquier poder.