Un mundo sin armas
M uchas personas en el mundo se despiertan cada día con la esperanza de que se acaben las guerras, no haya conflictos, se imponga el diálogo y el buenismo y desaparezcan las armas.
Puede que incluso los fabricantes de armas, los trabajadores de esas fábricas, los distribuidores y todos los que dependen a final de mes de esta maldita industria sueñen con que un día su negocio cambia, el mundo es maravilloso, y sus facturas las puede pagar con los ingresos por otro tipo de trabajo modélico.
No hay sarcasmo en estas líneas, solo cierta ironía sobre el concepto propagandístico que algunos utilizan para aprovechar una coyuntura concreta, inaceptable y repugnante, como es la muerte de 40 niños por un bombardeo saudí en Yemen, para anunciar que el Gobierno de España suspende la venta de 400 bombas de precisión láser a Arabia Saudí hasta comprobar que no se van a utilizar para bombardear Yemen a la población civil. ¡Ojalá fuera todo tan sencillo! Antes que nada, dejar bien claro que habrá pocas personas en el mundo que odien tanto las armas, las guerras o los conflictos de la intensidad que sean que alguien como yo, un periodista que ha cubierto demasiadas guerras a lo largo de su vida profesional, donde, por cierto, la mayor crueldad se registraba con armas blancas, mucho más antiguas y convencionales.
Para ser del todo coherentes y llegar hasta el final Pedro Sánchez y la ministra de Defensa, Margarita Robles, que ha descubierto, menos mal, la profesionalidad de La Legión, suponemos que con armas incluidas, deberían obligar a las empresas que han construido el AVE de la Meca a Medina que levanten las vías y se traigan a España los vagones y la locomotora; o que paren las obras del metro de Riad o que dejemos de comprar petróleo o que renunciemos a todos los negocios con los saudíes para poder tranquilizar nuestras conciencias.
El problema es que entonces tendríamos que hacer lo mismo con China, con Venezuela, con Cuba, con Nicaragua y cualquier país que no respetar los derechos humanos o, por ejemplo, aplicara la pena de muerte. ¿O resulta que las armas que han vendido empresas españolas a Venezuela o Nicaragua no sirven para matar a civiles indefensos? Es muy delicada la situación internacional, los intereses de unos y otros, el mercado competitivo y los puestos de trabajo. Sin duda, todos soñamos con un mundo sin armas pero me temo que el sueño puede ser demasiado largo.