Diario de León
Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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Ahhhhh! Resulta que no todo vale. Que la ‘plaza pública’ en la que todo el mundo podía expresarse es en realidad un gran revuelto de ingenuos consumidores-informantes que van disfrazados de elfos de la pizpireta libertad de expresión, cuando en realidad son marionetas agitadas por las mismas mareas de fondo que han pergeñado los cócteles manipuladores de siempre a lo largo de la historia. Que las redes sociales son el foro donde todo el género puede mostrarse, pero también disfrazarse y ocultarse; que son, como cada ecosistema que se genera, el ambiente perfecto en el que germina también la picaresca que adelanta por la derecha a los encargados de poner puertas al campo, y deja a los radares temblando en su obsolescencia y a la legalidad debatiendo hasta el fin de los tiempos si fue primero el huevo o la gallina.

O hasta dónde llega el derecho y dónde comienza la responsabilidad. Cuestión de fondo sobre la que quizá se ha hecho la vista gorda durante demasiado tiempo, hasta el punto de que ha tornado en microclima ideal para delincuentes y explotadores, vendedores de elixires fraudulentos de todo pelo.

Era el universo happy-flower y se ha plagado de cuantas herramientas de propaganda y acoso puedan esbozarse. Un intercambio libre y abierto contaminado, hasta ser irrespirable, por la infecta polución, más venenosa cuanto más inciertos y ocultos son sus intereses.

Las redes sociales se han declarado culpables. No son el escenario oxigenante que se pretendía, sino «la vergüenza de un sistema tóxico para la sociedad» en buena parte de sus manifestaciones, según han reconocido las mismas empresas ante el Senado de Estados Unidos.

Ni una cosa ni otra. Ni blanco ni negro. Como todo en la vida, jaspeado. Pero la regulación se hace necesaria, y las propias compañías tecnológicas han reconocido que los cambios y el control no serán rápidos ni fáciles.

Ahora, quizá más que nunca aunque pueda parecer lo contrario, hacen falta profesionales de la comunicación. Concienciados y responables. Ahora, seguro que más que nunca, es necesario hacer fuerza para que, como dijo aquel, «la gente no confunda lo que lee con las noticias». Sin periodismo no hay democracia. Ni libertad. ¿O acaso la libertad era esta jungla sin ley? Va a ser que no.

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