El ojo y la nariz
H ace algo menos de un año, las cargas de las fuerzas policiales hicieron perder la visión de un ojo a un joven que participaba en la votación del 1-O. Hace tres semanas, a una mujer le rompieron la nariz por retirar lazos amarillos de un parque barcelonés. El ojo y la nariz, la nariz y el ojo. Tristes trofeos en la vitrina de esta desoladora pugna ibérica. Me parece estar viéndolos sobre el estante, encogidos y mustios, quizá esperando nuevos órganos y miembros que les hagan compañía en el Museo de las Vergüenzas de España (barra, d’Espanya), o de las Agrias Tensiones Cuidadosamente Manufacturadas Con Objeto De Lograr Réditos Políticos, existen varios nombres disponibles. ¿Qué otros vendrán a sumarse? ¿Un codo dislocado, una pierna rota, una brecha en la cabeza, un corazón atravesado por una bala? Diversos pedazos de carne pueden estar listos para colocar en la parrilla del sacrificio, aunque las almas hace ya tiempo que quedaron heridas, tensionadas y doloridas, sometidas a presiones, a dudas y a sufrimientos en distinto grado de intensidad.
A mí me parece que una nariz y un ojo son suficientes. A mí me parece que un ojo y una nariz son mártires incluso excesivos para los tiempos que corren. Hagámosles un monumento, dejémoslo ahí y continuemos con nuestra pequeña vida de amores, casamientos, comercios y negociaciones, mezclándonos a uno y otro lado del Ebro y del Cinca; vamos, lo que siempre se ha hecho desde la época de los celtíberos y los layetanos por lo menos. Que ya es bastante.
Las sorprendentes ceguera y torpeza del anterior gobierno central y las insensatas impaciencia y parcialidad del ejecutivo catalán (malas hasta para sus propios objetivos) atrapan e inflaman a mucha gente de por medio, de ahí la grave irresponsabilidad compartida por ambas administraciones, ansiosas por ganar una batalla tras la que todos vamos a quedar empequeñecidos, disminuidos, achicados y recelosos. Enfrentar patrias, qué temible error, qué venenoso pecado. Arden las calles y se inflaman de trapos balcones y avenidas, las gargantas entonan reproches, consignas y cánticos, pero yo me sigo acordando del ojo y de la nariz, tan tristes. Ofreciendo una lección que no somos capaces de comprender.