Diario de León

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Los encargados del freno de mano

León

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Por si la pirámide poblacional no fuera todo lo elocuente que deja entrever, a poco que se mire, hay detalles incuestionables sobre el devenir de León, que tiene un asilo en el mismo espacio que fue la Maternidad. No se encuentra una metáfora más cristalina para encuadrar los últimos cuarenta años de esta tierra, condenada a salir por la gatera del cielo que dan las oportunidades. Ya está agotado el debate sobre si no puede o no le dejan, León, vamos, entre tanto espasmo como sacude la estabilidad social y económica del distrito despoblado. El cuaderno de bitácora de esta batalla que se retroalimenta de las ruinas aporta de camino al cuarto del siglo 5.0 el mismo relato del parte de incidencias que cuando el abandono cerró por primera vez la puerta del tren de vía estrecha y el capitán puso rumbo a la década de los noventa, primera parada técnica de aquella prosperidad anunciada que no acaba de amanecer; aquí, por lo menos. En este tiempo no han dejado de llegar encargados en comisión de servicios. Siempre hay alguien junto a la esquina más próxima para evitar que León saque la cabeza por encima de la línea de vulgaridad en la que se desenvuelven los controladores. Un mediocre hace ciento. Da igual la plataforma logística que la minería; el sector primario, el equipo de fútbol, los aserraderos, el I+D, la facultad de ciencias médicas. Por eso la mancha se extiende cada vez más. Por un activo, cinco supervisores que pisan sin contemplaciones con botas de hierro omóplatos y escápulas de los atrevidos que se propongan construir sobre ese escenario de quiebra y decadencia que deja tanta bofetada en la mejilla. Los apoderados, como rusos en Ucrania, tienen coartada entre una dedicación simulada desde la que al final desempeñan su objetivo de que todo lo que alcanza la vista se entretenga en medio de un paisaje anodino; plegable y frágil, para romper con facilidad en caso de crisis. A veces, sobra con la fuerza de los jacobinos que genera este ecosistema de hijos de Caín; los peores, también, son cuña de la misma madera. Sentirse observado desde la maleza es lo propio en medio de esta línea de fuego del acoso. No hay especie entre los lepóridos que se reproduzca con más facilidad que los cainitas.

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