HOJAS DE CHOPO
No todos somos iguales
La deriva que está tomando la política inquieta de manera especial. Preocupados solo los cabecillas y adláteres de los problemas personales y de los intereses del partido, parece que el único afán reside en ganar las elecciones, conquistar el poder y mantenerse en él, aunque sea en algunos casos a base de irregularidades barnizadas o despropósitos contados como ideas geniales. Turbulencia y zafiedad en muchos foros y hartazgos en buena parte de la ciudadanía, que ve cómo los problemas reales, aquellos por los únicos que los políticos tienen razón de ser, no solo pasan a un segundo plano, cuando no al olvido con una sonrisa de perdón, sino que se enquistan para acabar apolillándose. La demagogia ha echado tantas raíces, que está sustituyendo cualquier principio. La sensación es que se han roto definitivamente todas las cortesías, los preceptos esenciales del bienestar, o de la supervivencia común, los límites en definitiva, no pocos basados en la mentira o la sospecha sin fundamento. Estamos bajo el imperio de la democracia de las élites, por cierto con el perfil más bajo y empobrecido de nuestra historia reciente. Algo hay que hacer. Mucho tiene que cambiar. Como dejó escrito G. Busutil, «¿cómo es posible que nuestros políticos nos engañen tan fácilmente con todo, y que nos conformemos sin hacer nada? ¿Por qué en lugar de darnos dignidad como ciudadanos nos tratan igual que extras del hábitat urbano para seducir y agradar» a no se sabe quién?
En estas andamos cuando una ya exministra llega para espetar semejante obviedad: «No todos somos iguales». Más bien, desiguales. Ustedes son los unos; el resto, los otros. ¿Será eso que llaman ya, aplicándolo a los unos, capitalismo de amiguetes y democracias electoralistas? Un solo ejemplo de su ramo, aunque entendamos lo de las competencias transferidas.
Esta provincia clama por la precariedad sanitaria, a pesar de que algún paladín político, de la otra cuerda, claro, en este caso, se escandalice de ciertas manifestaciones y exigencias del pueblo. Quede también apuntada la comparecencia, bochornosa y tabernaria, de un expresidente.
O la templanza revestida de conservadurismo de los que se llaman progresistas para mantener el poder. ¿Qué progresos y aforamientos? Déjense unos y otros de simplezas, boutades y mareos de perdiz. Pónganse a trabajar en serio sobre la realidad. Por los otros. Por los unos ya lo hacen vergonzosamente bien.