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TRIBUNA

Salamanca en la vida y obra de León Felipe

Publicado por
Miguel Ángel Diego Núñez Miembro del Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo
León

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E l 18 de septiembre se cumplió medio siglo de la muerte del poeta León Felipe, un hombre marcado por una biografía trashumante iniciada en Tábara (Zamora) en 1884. Al conmemorar esta efeméride, debemos hacer un hueco para señalar que Salamanca y algunos salmantinos dejarán huella en su vida y en su obra.

El viento, la vida, llevarán a Felipe Camino a la provincia salmantina cuando cuenta tres años, en concreto a Sequeros, donde su padre obtiene el nombramiento de notario. En su primer libro, Versos y oraciones de caminante, de 1920, señala: «fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada:/ pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,/ y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña».

Llama la atención el contraste entre sus días azules en la Sierra de Francia con los sombríos de su juventud santanderina, a pesar de que en Sequeros conoce el ciclo de la vida y la muerte, pues aquí nacen sus hermanas María Natividad y Salud (Salustiana), y fallecen sus hermanos Angela y Pablo Leónides.

El propio León Felipe destacará la importancia de sus primeros años salmantinos al final de su vida: «Mi paisaje infantil está compuesto con los elementos —árboles, bosques, ríos, lomas— de la tierra candelaria de Salamanca donde viví hasta los nueve años, y también con los elementos que me llegaron en estampas y relatos del Viejo y del Nuevo Testamento. Me los enseñaban y contaban mi madre, mis primeros maestros… y estaban colgados, de una manera gráfica, en las paredes de la escuela.»

En la segunda década del siglo XX, Felipe Camino vive una vida bohemia, tal como hiciera el autor salmantino José Sánchez Rojas, y conocerá la vida carcelaria. Él mismo resumirá esta fase de su vida a Gerardo Diego:

«Acabé el bachillerato en Santander y estudié en las Universidades de Valladolid y de Madrid. En Madrid me licencié en Farmacia. De hombre ya, mi vida es sucia y fea. Para borrarla, y un poco a la desesperada, me fui a África.»

Antes de partir a Guinea Ecuatorial en 1922, Felipe Camino se ha convertido en el poeta León Felipe, ha publicado sus primeros versos desde 1918, en las revistas Cervantes, España y Grecia. Su primer libro, Versos y oraciones de caminante, verá la luz en 1920 gracias a los elogios recibidos por el crítico Enrique Díez Canedo. Hace una lectura de sus poemas en el Ateneo de Madrid el 13 de enero de 1920, ofreciéndosele un banquete-homenaje en el Café Nacional pocos meses después, al que se adhiere, entre otros, José Sánchez Rojas.

En agosto de ese mismo año, León Felipe comunica por carta a Miguel de Unamuno su decepción por la denegación de una ayuda que ha solicitado para estudiar la lírica moderna europea y refiere que tiene que «ir al África casi a la desesperada», aceptando el puesto como administrador de hospitales que le ofrece el Gobierno.

Pero el salmantino que respaldará a León Felipe y le prestará un apoyo importantísimo es Federico de Onís, discípulo de Unamuno y de Ramón Menéndez Pidal. Trasladado a Estados Unidos, Onís es profesor de la Universidad de Columbia desde 1916; interviene en 1920 en la fundación del Instituto de las Españas, Hispanic Institute, germen de la Casa de las Españas fundada en 1930. El Archivo Federico de Onís contiene más de 2.500 cartas, entre las que se cuenta la correspondencia con León Felipe.

Federico de Onís consigue para el recientemente casado León Felipe la designación de profesor en la Cornell University del estado de Nueva York (1924-1929); participa en la formación académica de éste y en la publicación de Versos y Oraciones de caminante II, editada por el Instituto de las Españas de Nueva York, en 1930.

Durante los años de la Segunda República, León Felipe aparece en dos célebres antologías de 1934: la de Federico de Onís, de poesía española e hispanoamericana, y la segunda de Gerardo Diego. Un año después es publicada una del poeta, por Espasa-Calpe, que incluye la versión definitiva de su libro Drop a Star.

León Felipe es ya un poeta reconocido que vive a un lado y otro del Atlántico, en España, Méjico y Estados Unidos. El alzamiento le encuentra en Panamá, donde es profesor universitario de Lengua y Literatura. Antes de abandonar el país para volver a España, defiende apasionadamente la República en el texto Goodbye, Panamá!

En el conflicto civil participa de manera activa en defensa del bando republicano y hace público su trabajo La Insignia (1937), a la que pertenecen estos versos: «EPÍLOGO: Oíd ahora: La Justicia vale más que un imperio, aunque este imperio abarque toda la curva del Sol./ Y cuando la Justicia está herida de muerte y nos llama en agonía desesperada, no podemos decir:/ «yo aún no estoy preparado»./ Esto está escrito en mi Biblia,/ en mi Historia,/ en mi Historia infantil y grotesca,/ y mientras los hombres no lo aprendan el mundo no se salva».

En 1938, antes de su salida definitiva hacia el exilio a México, escribe el poema Oferta, en el que se identifica con España y afirma: «Yo no soy nadie aquí,/ ya lo sé. (…)/ Yo no soy la virtud:/ mis manos están rojas de sangre fratricida/ y en mi historia hay pasajes tenebrosos. (…)/ Estrellas: Vosotras sois la luz;/ La Tierra, una cueva tenebrosa sin linterna./ Y yo tan solo sangre./ Sangre, sangre, sangre…».

León Felipe ya no regresará y se convierte en un representante del exilio republicano, aunque, a comienzos de los sesenta como nos cuenta Luis Rius, desea volver a España y ser «cobijado por la misma tierra en donde nació. Quería ver otra vez su pueblo, Tábara. (…) quería volver al pueblo de su infancia, Sequeros». Pero resulta vencido por «la rabia de aquella experiencia de la guerra civil y la derrota republicana» y desiste. Será para siempre el poeta del éxodo y el llanto que, consciente de su imperfección, ansía el soplo definitivo de Dios: «Estoy hecho de un barro/ Que no está bien cocido todavía».