Diario de León
Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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La crónica sobre la inauguración del Parador de San Marcos por parte de Franco la narraba un babiano anónimo, que una vez había volcado un tractor lleno de troncos ante el cuartel de la guardia civil de Villaseca de Laciana y que cuando le pidieron explicaciones por su osadía, respondió corajudo: «Vengo a devolveros toda la leña que me habéis dado». Este hombre refería que el caudillo (como le vuelven a llamar ahora) se había interesado por el coste de la reforma y que al referirle la cantidad —casi quinientos millones de pesetas de la época—, había pedido que le pusieran un ejemplo comparativo. «Como un caza de guerra, Su Excelencia», le respondieron y el dictador, que no era un virtuoso en asuntos contables, abrió la boca con rostro ensimismado.

De siempre, las armas y las confrontaciones bélicas han estado unidas a las peripecias económicas de un país, y si no que se lo pregunten a los Hermanos Marx, cuando, al menos en el doblaje español de sus aventuras en el Oeste, exclamaban aquello de: «¡Más madera, es la guerra!». Sin necesidad de recurrir al cine, en España hemos tenido muestras recientes de lo importante que es no confundir bombas con paradores, sobre todo si se trata de conservar los clientes y centenares de puestos de trabajo. Claro, suena tremendo que un Estado soberano se preste a vender munición a un asesino, pero más triste es que se haga, como es habitual, a escondidas, o peor aún, ofreciendo explicaciones bochornosas sobre el carácter más o menos deletéreo de la venta: como si estuvieran hablando de ondas, mosquetones o tirachinas. Que un conocido progresista andaluz hablase incluso de que, si hay que elegir entre pan y guerra, pues mejor unos mendrugos, da una idea del escarnio y la humillación sufridos.

Pero es que la realidad, o la realpolitik, como dicen los liberales, acaba imponiéndose sobre cualquier conflicto moral. Volviendo al babiano del principio, de cuyo nombre no logro acordarme, agregaremos que también vivió en sus carnes las paradojas del destino. Quiso el infortunio que, tras la Guerra Civil, estuviese preso en el Parador de San Marcos, donde fue apaleado con saña metódica y franquista. Como es sabido, el palacio plateresco ha venido ofreciendo esos siniestros servicios desde los tiempos del Conde Duque de Olivares, cuando mandó encerrar en sus dependencias al mismísimo Quevedo. Que siglos después sea un hotelazo de cinco estrellas y que pernocten en él los pudientes del mundo, subraya ese vínculo poderoso que guardan el capital y la represión. Balzac decía que detrás de cada gran fortuna hay un crimen, y a lo mejor se trata de eso: para que unos prosperen, otros deben comerse los mocos, y algunos, los dientes.

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