TRIBUNA
Tradición y ritual de Las Cantaderas
E l ceremonial de Las Cantaderas es el testimonio visible de una fiesta tan arraigada en León que su conmemoración en esta capital del Viejo Reino se mide por siglos. Sus peculiaridades son prendas de un rico acervo histórico. Y su protocolo, una estampa tan atrayente como sugestiva. Su origen se incardina en el constante batallar, durante ocho centurias, de la España cristiana frente a la invasión islamita. D. Claudio Sánchez Albornoz lo resume así: «La Cristiandad, regida primero desde Oviedo y después desde León, vivió en estado permanente de guerra contra los musulmanes […] y la gran tarea del princeps o rex fue dirigir la lucha, ora defendiendo las fronteras del reino, ora pasando a la ofensiva si la ocasión era propicia». [Historia de España. Tomo VII, El Reino Astur-leonés, (722-1037), pg. 480].
La controvertida y mítica batalla de Clavijo, con la aparición ecuestre del Hijo del Trueno, determinó el triunfo de Ramiro I (842-850) sobre el príncipe omeya Abd al-Rahmán II (833-852). La victoria supuso la supresión del ‘nefando tributo’ que obligaba al monarca cristiano a la entrega al sarraceno de cincuenta doncellas provenientes de la nobleza y otras tantas procedentes del pueblo llano.
En nuestra ciudad, estas dos premisas viabilizaron la puesta en escena de este ritual de Las Cantaderas, donde, singularmente, nunca hay ni vencedores ni vencidos, aunque ambos contendientes, es decir, el síndico municipal y el capitular catedralicio, desplieguen sus mejores galas dialécticas y sus más sesudos argumentos en defensa de sus respectivas tesis. De esta forma lo sintetiza el Marqués de Fuente Oyuelo en el capítulo XV de las Políticas Ceremonias: «Está allí el Procurador del Cabildo con un Escribano, [que] pide por testimonio que es voto, y el Procurador de la Ciudad, con uno de los [escribanos] del Ayuntamiento protesta [que] es devoción y obsequio a aquella Santa Imagen, por tan singular favor como recibió este Reino. Y hecho esto, se acaba la función y la Ciudad se disuelve».
La fiesta de Las Cantaderas, que compone un conjunto de imágenes iluminadas por la tradición secular, tiene como marco y escenario el magnífico claustro de la S.I. Catedral legionense. La policromía que atesora viste la escenografía de luminosidad muy propia, tal como si se tratara de un lienzo de Sorolla. Desmantelado al fin, hace sólo unas semanas, el cubo de cristal que invadía dicho espacio catedralicio, no parece aventurado asegurar que en esta edición el acto ganará en esplendor y los asistentes en comodidad.
El carro chillón, adornado al uso de nuestra hidalga tierra, tirado por dos bueyes, semovientes que lucen roscas de pan en sus astas, las «doncellas cantaderas», con sus cestillos repletos de productos del campo leonés que servirán luego de ofrenda, y la Sotadera, ataviada a la usanza morisca, portadora de un arco floral que depositará ante Nuestra Señora del Foro y Oferta de Regla, efigiada en el tímpano del sepulcro protogótico del chante Munio Ponzardi, fallecido el 19 de septiembre de 1240, conforman un hermoso cortejo cívico-religioso que cierra el Ayuntamiento de León, en «forma de ciudad», esto es, la corporación municipal acompañada por la policía municipal de gala, la banda de música, y, por supuesto, por los maceros, tal como rezan las antiguas crónicas, vestidos «con ropones y gorras de terciopelo carmesí y mazas de plata al hombro y las armas de esta Ciudad al cuello pendientes de cadenas de plata».
La batalla de Clavijo y las Cien Doncellas están íntimamente incardinadas en los anales legionenses. Ambas tienen registro en el nomenclátor callejero. Y hasta cartela hubo en el salón de sesiones de la Casa de la Poridad, donde podían leerse, entre otros, unos versos que el Marqués de Fuente Oyuelo registra en el capítulo primero de las mencionadas Políticas Ceremonias: Son éstos: «Hovo veinte y quatro Reyes/ antes que Castilla leyes,/hizo el Fuero sin querellas,/ libertó las Cien Doncellas/ de las infernales greyes».
Aunque se desconoce cuándo comenzó este ceremonial, en 1501 se estima ya de «inmemorial antigüedad». El P. Lobera presenció su desarrollo en 1595. Y dio cuenta y razón de sus características en su obra Grandezas de la Iglesia y de la ciudad de León . Entonces, de igual modo que las «doncellas cantaderas» procedían de las cuatro parroquias principales de nuestra ciudad: San Marcelo, San Martín, Nuestra Señora del Mercado y Santa Ana, la fiesta duraba también cuatro días: 14, 15, 16 y 17 de agosto. Los dos primeros se celebraban ceremonias religiosas, el tercero se «corrían toros», que hasta canónigo torero hubo encargado de las funciones protocolarias, y el último se realizaba el acto del Foro u Oferta, que consistía en la entrega de un cuarto de toro, de los astados lidiados el día de San Roque, un cesto de cotinos, (panecillos pequeños, exentos de sal, típicamente leoneses), y otro de peras y ciruelas. Desde 1816, el cuarto de bóvido se sustituyó por una aportación pecuniaria de 250 reales. De más está reincidir en que todo ello era entregado como «gracia y devoción», es decir, como ofrenda, por parte de los representantes del pueblo de León, y recibido por el cabildo catedralicio como «boto u obligación». Luminarias, hogueras, fuegos de artificio, obras teatrales y juegos de cañas completaban el programa de los actos festivos.
Actualmente, la fiesta de Las Cantaderas se celebra el domingo anterior a la festividad de San Froilán, 5 de octubre, patrono de la diócesis legionense. La incorporación en dicha fiesta, primero, de los carros, y, después, de los pendones, ha incrementado su grado de emotividad. Y es que unos y otros forman parte también, por derecho propio, de los símbolos más nuestros.