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PANORAMA Charo Zarzalejos
León

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E s lo que tiene ir por la vida de inmaculado, que a la menor la realidad se convierte en un cruel fantasma. Acompaña siempre a quienes desde una supuesta superioridad moral se erigen en jueces implacables de los demás. En esta tarea de juez, la presunción de inocencia no existe y, por supuesto, se da credibilidad a papeles de delincuentes declarados. Cuando se va de inmaculado, da igual que los hechos sean de antes de ayer que de hace diez años. Da igual. No hay ni piedad ni perdón.

El presidente Sánchez llegó a Moncloa haciendo bandera de la limpieza, la honestidad, la transparencia. Se presentó a sí mismo como el adalid de lo impecable, de lo absolutamente almidonado pero resulta que la vida y las personas tenemos todas nuestras arrugas y los políticos también.

Cuando el PSOE estaba en la oposición, Rajoy no era una persona decente y los papeles de un condenado como Luis Bárcenas se convirtieron en la biblia de ataque. Ahora los días difíciles son para los socialistas que ven, con enorme desasosiego, «que nos vendrá hoy». De momento han venido dos dimisiones. Maxím Huerta y Carmen Montón. Y otros dos tienen algún que otro dolor de cabeza como es la ministra de Justicia y el ministro de Educación. Estos cuatro casos son bien distintos. Maxím Huerta tuvo sus problemas con Hacienda, fue a los tribunales y saldó su deuda. Estaba limpio cuando fue nombrado ministro. Tan limpio como el que cumple su condena y se convierte en ciudadano en plenitud de derechos. Con el no hubo ni piedad ni perdón.

Carmen Montón, copió parte del trabajo final de su máster. Sabía perfectamente que lo había copiado y este fue su problema. No reconocerlo desde el primer momento y no decir la verdad en política es algo inaceptable. Más que copiar unos cuantos folios.

Y es el problema de la ministra de Justicia. De no conocer a Villarejo a compartir mesa y mantel y conversaciones, cuando menos un tanto chabacanas. Son conversaciones privadas, es verdad, pero una vez conocidas se produce un antes y un después para Dolores Delgado. Por mucho que se quiera endulzar la cuestión parece bastante obvio que para una inmensa mayoría de compañeros ya no será la que era y es probable que ella misma en algún momento no pueda mirar a los ojos, con tranquilidad, a jueces y fiscales. En términos políticos, es el «caso» más grave de todos los acontecidos. Baste imaginar que la ministra en cuestión fuera de otro partido. El PSOE no hubiera sido menos critico que lo que hoy son Ciudadanos, PP e incluso Podemos.

La vida política se está convirtiendo en un territorio más que peligroso. Solo pueden llegar a ella con tranquilidad los que en su vida han hecho nada, los que nada han estudiado, los que nada tienen. Hoy todos son esclavos de sus palabras y las palabras no se las lleva el viento.

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