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León

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No hay jornada para conocer León como la que hoy pone en escena la remembranza de una herencia que ya sólo sirve por desgracia para cultivar el fruto efímero del turismo. No existe ya nada de aquello que hizo que esta tierra apareciera en el mapa de los espacios de producción en aquellos tiempos en los que se medía el valor de un hombre por la marca que dejaba en la tierra. Ni rastro queda apenas de la época en los que los paisanos encaraban al otoño por la puerta que abría San Froilán, con sus narices desgastadas y sus perdones de avellana, con sus carros engalanados de huerta y desvelos, con sus boinas caladas y sus madreñas herradas, con sus vacas de ubres a punto de arramarse y sus bueyes lentos uncidos al yugo, con sus contratos irrevocables de apretón firme y mirada a los ojos, con su invierno impenitente por delante y su verano de sobas en los cadriles por detrás. Ni una muestra se atisba de las señas por las se conocía al pueblo leonés salvo por el souvenir que un puñadín de mañanas al año, este domingo y el próximo en La Virgen del Camino entre ellas, se exhibe como un exvoto por las calles del casco histórico para que sepamos de dónde venimos y lo que traicionamos para llegar aquí.

San Froilán descerraja el arcón en el que guardamos el pasado de León durante el resto del año. La ciudad se pone a punto a la temperatura en la que se cuece la sangre de las morcillas en la cazuela, reposada sobre la chapa de la lumbre que se prende a primera hora. Al amanecer del domingo en el que los pendones telonean orgullosos al viento la entrada de las comarcas leonesas, el campo vuelve a cobrarse el tributo que le debe la ciudad. Aunque sólo sea por una jornada, la capital arrogante y señorita recuerda que hubo un momento en el que no vivió de espaldas a la provincia, ni renegó de las tierras que le daban de comer, ni miró como a paletos a los paisanos que tenían la fuerza de sus manos como aval, ni se encerró con soberbia en sus muros de progreso y modernidad ficticia, ni se vendió a los estraperlistas que acabaron por encastillarla en una identidad bastarda que no es la suya.

No hay que desaprovechar la oportunidad que brinda San Froilán para mirarnos en el espejo. León vuelve a ser tan grande hoy como la suma de sus pueblos, como la herencia de campo y ganadería que se vendió a cambio de esto que tenemos el resto de los días del año.

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