Diario de León
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León

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c Krys Cuesta Fernández titula su escrito ‘¡Alucino!’: «Yo recuerdo un tiempo en que León estaba limpio. Los cariñosamente llamados ‘barrenderos’, ahora son ‘funcionarios del no limpiar’, barrían las aceras con un escobón que ahora llevan de adoro. Ahora con un recogedor y una escobita recogen un papel aquí, una colilla allí… (haciendo que hacen) y el resto queda todo donde estaba. Quiero pasar del tema como la mayoría, pero no puedo. Lo veo a diario y, la verdad, no salgo de mi asombro. ¿No hay nadie que controle el asunto? Recuerdo un cochecito que todos o casi todos los días, con aspirador y agua para no levantar polvo, pasaba las aceras y quedaba limpio y fresco. No lo he vuelto a ver.

Hablando de los parques, en el mío concretamente y en los demás también, había un jardinero que lo tenía todo impecable, incluso, a parte de barrerlo y pasar la manquera, arreglaba alguna baldosa suelta, cuidaba el césped… en fin, todo es añoranza ahora cuando me siento con mi padre en éste parque absolutamente sucio.

Pues bien, no solo no barren, no limpian, sino que se han inventado un artilugio que uno lleva colgado con un tubo que hace un ruido molestísimo, que sopla todo llenando los coches de polvo, las ventanas de las casas y dentro de ellas. Toda la arena, hojas y porquería ¡todo por los aires! Y yo digo: Pero quién sería el «ingeniero, que no sé si estudió» para inventar semejante… no sé como llamarlo, desde luego nada positivo. Si en vez de soplar aspirara merecería la pena el ruido. Alucino.

Lo peor es que todo funciona así, al revés. Vivimos la era del cangrejo. Aunque el tema que trato sea de los menos graves.

¿Y lo de Ordoño…? Ha debido de ser el mismo «ingeniero» por darle un título. Vuelvo a alucinar!!!»

c Pedro Serrano escribe sobre ‘Volar alto’. «Vivir a ras de tierra no significa que no podamos tener altura de miras. De hecho hay personas excepcionales que consiguen vencer la gravedad y elevarse del suelo sin tener alas. Hablo de esas personas buenas, generosas y comprometidas que luchan denodadamente cada día para hacer un mundo más justo, habitable y amable.

Pero, a pesar de nuestro peso y torpeza física, hay otras formas de volar alto: con la imaginación y en los sueños. La imaginación es el mejor recurso para volar libres por encima de los convencionalismos y los prejuicios. Y en cuanto a los sueños, nada hay imposible en ellos; ¿quién, por ejemplo, no ha experimentado alguna vez la maravillosa sensación de volar?

Si yo tuviera que emigrar (lo hice en los años setenta) soñaría con convertirme en un pájaro para volar libre por encima de fronteras, muros y vallas y, de vez en cuando, soltar una cagarruta en la cabeza de todos los Salvini, Orbán y Trump del mundo».

c Luis Alberto Rodríguez titula ‘Alejándonos de etiquetas políticas: «De largo es conocido que en esta sociedad altamente impregnada de dualidad ideológica, puedes ser etiquetado —aun sin pretenderlo— de un lado o del otro. Así es suficiente con tener un coche diésel para ser tachado de contaminante, o uno de gasolina para que te abanderen como ecologista. Si posees un plan de pensiones quedarás excluido de la clase trabajadora, porque que te dé para ahorrar es escasamente progresista. Y si has citado convenientemente los párrafos de otros autores en tu tesis, serás una rara avis del postgrado. Puede que no creas en la intención pueril de las bombas de no provocar daños colaterales, o incluso que te sorprenda que el Consejo General del Poder Judicial no advierta al Gobierno ante sus intromisiones en favor de los indepes. Pero lo anterior, sólo te clasificará como poco solidario y exento de humanidad —Ábalos dixit—. Tú, que siempre te acercaste a las urnas con independencia —perdón por el maltrecho vocablo—, sopesas seriamente vender tu coche, donar tus ahorros, dejar de estudiar, y no ver más telediarios. Porque nunca imaginaste que alguien pudiera etiquetarte de nada por el simple hecho de razonar distinto. Y porque siempre creíste en tu libertad y en la de todos, ejerciendo el libre pensamiento y el disfrute de los derechos —incluido el voto—. Para no sentirte marcado por ninguna arista de la mencionada dualidad, por eso te apartas.

c Pedro Andrés Rodríguez escribe una ‘Carta de amor a la consejería de Fomento’: «También podría ser el mensaje que un náufrago mete en una botella que arroja al mar. A la mar océana de los golpes de Estado a cámara lenta. Y del Aquarius. Y del Falcon. Y del Valle de los Caídos. Y de la Manada. ¡Y de las #Me too que nos han salido abusadoras de menores! Y de si el Madrid tiene que fichar (o no) a un delantero centro... y quizá, ahora, debería pedir perdón por proponer así, sin anestesia para el sufrido lector, el asunto de esta carta. Pero es que, aunque cueste creerlo, existe vida más allá de los grandes temas o de las anécdotas que, cada día y a saber cómo, los especialistas determinan que son virales (!).

El último tramo de la carretera LE-213 que enlaza Puente Villarente con Gradefes (apenas tres kilómetros que unen el pueblo de Cifuentes de Rueda y el propio Gradefes) es único en estos tiempos, por una razón: Hay árboles en sus dos flancos. Un túnel de frescor vegetal cuando el calor aplana. Apoteosis de verdor, psicodelia clorofílica. Estos benditos árboles, estos surtidores de sueños, belleza y sombra tienen enemigos poderosos. El primero, el instinto arboricida carpetovetónico.

Un alcalde pedáneo de uno de los pueblos del Ayuntamiento solicitó la tala de un árbol porque estorbaba la visibilidad hacia Cifuentes a los conductores que se incorporan desde la carretera que une La Ercina con Nava de los Caballeros. Mandó talar ese desdichado árbol y los nueve que iban detrás. Y otros tantos, del otro lado de la carretera. «Y de haber podido, los quito todos», iba diciendo por ahí. Lo raro es que no los quitara.

Este mensaje de náufrago busca un corazón solitario en los despachos de poder de la Consejería de Obras Públicas y Transporte de la Junta. Un corazón poderoso y emocionante, capaz de impedir que alguien pueda pretender matar a un ruiseñor».

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