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Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán De la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
León

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E s una obviedad que la región leonesa es una tierra de emigrantes. Emigración obligada, casi siempre, bien por la expulsión de tierras anegadas por pantanos o por la necesidad de ganar el pan en otros lugares. A pesar de ello, la leonesidad siempre se lleva consigo. Lo digo porque el llamado leonesismo —como todos los ismos— es voluble y cambiante, exige un lugar no permanente, acaso adherido a una ideología. Por el contrario, la leonesidad permanece en el tiempo y en el espacio. Lo que penetra en la juventud, se lleva consigo a cualquier lugar. El leonesismo se acoge con la ideología, la leonesidad con el sentimiento coráceo y cerebral. Como diría Ganivet, se sacrifica lo real —leonesidad— por lo imaginario —leonesismo—. Pues, como todos los «ismos», puede cambiar con el tiempo o con otras influencias foráneas.

Cuando el emigrante se establece fuera, lleva consigo la impronta tradicional de lo vivido, algo que nadie puede quitar ni oscurecer. Se está en otro lugar. Pero los recuerdos engrandecen las vivencias de lo extraño. No hay nada más hermoso que contemplar los pendones de León por los alrededores del teatro Arriaga en Bilbao. Ni más amical que acudir a un «hogar» leonés en cualquier ciudad de España o del extranjero.

Al conmemorar el 50 aniversario de los bachilleres del Instituto Padre Isla —ya hace algunos años— recibimos algunas cartas de exalumnos que habían emigrado. Al releerlas hemos sentido la emoción propia de la nostalgia y de una pureza impregnada de leonesidad. Una de ellas desde Santiago de Chile de un condiscípulo que sintió —ya de mayor— la vocación sacerdotal. «¡Qué alegría me dio!» —nos decía— «mi corazón se volvió a aquellos años en que la amistad floreció entre pupitres (… ) que quieres que te diga, si hasta se me asoman las lágrimas a los ojos, ¡cuánto gozaría en abrazaros y recordar tiempos!». Estas palabras no eran otras que las de Maximino Arias Reyero, que al final nos otorgada: «Mis bendiciones sacerdotal para todos y vuestras familias». El recuerdo leonés quedó en esta carta un poco antes de fallecer. Con él se iba la lealtad de la leonesidad escolar.

Por esas mismas fechas, otro emigrante, también condiscípulo, nos escribe desde Morbio (Suiza): «… me has hecho soñar tornando a aquellos tiempos tan difíciles pero solidarios; después de todo este tiempo transcurrido, aún tengo estampada en la memoria los nombres y apellidos (…) a los tiempos de mi niñez y al mismo tiempo recordar como éramos unidos , solidarios y comprensivos (…) con un pellizco de nostalgia hacia León». Nuestro leonés Gonzalo Mantilla está representando a la perfección al que mantiene la leonesidad en el grado sumo.

El sociólogo zamorano Amando de Miguel (el creador de la sociología de la investigación de campo en España, con el importante estudio denominado como «informe Foessa»), proponía no hace mucho la creación de una colaboración solidaria entre los leoneses de la «diáspora», entre los miles de cerebros que se han «fugado» a otros lares para reincorporarse a los quehaceres investigadores; lo que él llama «reincorporación de cerebros». Sería como llenar el vacío de la nostalgia, ocupar el sitio del abandono de lo tradicional, el reencuentro con las vivencias pasadas, el despido de la soledad. En fin, volver a lo leonés y volver a lo que decía José María Merino al recoger el Leonés del Año en 2009: «Mi aventura de identidad me ha permitido impregnarme de leonesidad». Hace años que los corregionales se encontraban en los lugares del servicio militar. Hoy, a veces, se encuentran en las vacaciones del Imserso. Bueno, algo es algo. La dispersión ajena y silente, renace en momentos más dispares. Las emociones surgen al primer chispazo. Incluso, en ocasiones, en festejos, en conmemoraciones, en aniversarios. La leonesidad que estuvo durmiente, recupera las vivencias sean en un desfile de pendones, al escuchar las notas de una dulzaina o en la procesión, en andas, de La Virgen del Camino.

No se trata de una emoción solamente visceral, sino una emoción personal, íntima, acuciante y venida de lejos, tradición familiar o regional. Ajena a los «ismos» nacionalizantes, acompañados, casi siempre de una ideología extraña y prepotente, fanática y excluyente. La leonesidad, dentro o fuera de la región, se mantiene —diría Ortega— «como una minoría entusiasta que opere sobre ellas con tenacidad, con energía, con eficacia». Lejos del falso leonesismo que, cuando opera en el extranjero, ocupa el sitio de la impronta de la leonesidad. Aquellos nos llevan a expresar el sentir de lo propio con modismos tránsfugas e insolidarios, tales como León sin Castilla, Asturies ye nación, Bierzo es provincia, Países catalanes, etc. Nacionalismos ajenos a la razón y al sentimiento. Como diría Astérix: estos romanos están locos.