MARINERO DE RÍO
El pasado
El pasado siempre vuelve y el otoño siempre hiere, que titulara Guerra Garrido. La idea primera, no original de don Federico Nietzsche sino de los presocráticos griegos, ha salido de aquellos tremendos y ceñudos tomos de filosofía para instalarse cómodamente en las bancadas del Congreso y en las redacciones de los medios, digitales o no. Porque el pasado se ha convertido, en los últimos meses, en el principal enemigo de los políticos españoles, a mucha, inconmensurable distancia de minucias como el paro, el medio ambiente, la situación en Cataluña, la endeblez de su idea de Estado o su penosa incapacidad para llegar a acuerdos. El pasado asusta a nuestros políticos, los despierta por la noche entre sudores fríos y les asalta a cada poco con preguntas del tipo «¿qué hice yo aquella Nochevieja de 1995?», «¿alguien me grabaría fumando porros en la facultad?» o «¿por qué no declararía aquel coqueto picadero que tenía en la Cava Baja?». El pasado, en forma de vicio insidioso, o de documento molesto, o de imagen vergonzante, no para de regresar, de brotar de ese altillo oscuro en el que se creyó haberlo arrumbado para siempre, e inunda el papel prensa y las pantallas de cristal líquido.
En la película Minority Report, tres criaturas visionarias, los ‘precognitivos’, vislumbran los crímenes del futuro y los miembros de una unidad policial comandada por John Anderton (Tom Cruise) acuden a detener a los precriminales. En esa ficción, la clave estaba en el futuro. En otros momentos históricos, por ejemplo la Transición, el quid estaba en comprender, debatir y encarar el presente. Ahora, casi en paralelo a las arengas nacionalistas que inflaman el aire en otros lugares, la lupa se traslada al pasado, ese territorio donde todo puede ser posible, a ese filón, a ese vertedero inabarcable.
Ahora mismo, una legión de sabuesillos hoza en los cubos de basura en busca de fallos, olvidos y faltas. Otros juntan bazofia en sótanos para ventilarla según cómodos plazos. Y si está bien el afán por ventilar las habitaciones, por librarlas del aire viciado, a veces nos llega un tufo de dirigismo, de afán revanchista y destructor, que resulta sospechosísimo. Siguen la máxima de aquel amigo que aseguraba: «Todo el mundo, bien investigado, tiene al menos diez años de cárcel».