Diario de León

SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS ?ARTURO PEREIRA?

De custodios y pilares

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S i España sigue siendo España se debe en gran medida a unos miles de patriotas que visten de azul y otros miles de patriotas que visten de verde. Y no es una cuestión de tendencias en la moda del vestir, sino que responde a la necesaria uniformidad de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

La Policía Nacional celebró el pasado día dos sus patronos los Ángeles Custodios y la Guardia Civil celebrará el doce de este mes su patrona la Virgen del Pilar. Celebraciones que simplemente ponen de relieve tradiciones y lealtades firmes de quienes representan lo más noble de la sociedad. Y digo esto sin menosprecio de otros servidores públicos en todos los ámbitos, que afortunadamente son muchos. Pero, no cabe duda de que estos dos cuerpos están dando todo un recital de servicio a España desde la humildad y eficacia.

Servir en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado requiere un mínimo de convencimiento interior de que se sirve con ello al interés público. Simplemente con haber entendido que el concepto de interés público existe, coloca a los agentes de la Policía Nacional y a los guardias civiles en una posición de privilegio intelectual respecto a las amebas mentales que carecen de todo sentido de solidaridad y atacan una y otra vez al Estado de derecho.

Ellos son los garantes de todos nuestros derechos y libertades. Las leyes no tienen brazos y piernas para hacerse cumplir, necesitan de personas convencidas que su trabajo es garantizar este cumplimiento como garantía de la paz y el progreso. Creo que afortunadamente estas afirmaciones son compartidas actualmente por una inmensa mayoría de españoles. Quiero tener, en estos días de celebración, un recuerdo para aquellos que sirvieron en las filas de ambos cuerpos. En primer lugar, para aquellos que fueron asesinados siempre a traición por cobardes que no se atrevían a mirar a la cara sus víctimas, conscientes de su propia cobardía. Pero, también quiero tener presente a todos los que ya no están prestando servicio, unos jubilados, otros ya fallecidos.

Cuando me encuentro con policías o guardia civiles jubilados, rápidamente se nota que no han perdido el «swing» independientemente de su edad. Siempre serán algo de lo que fueron hasta el día de su muerte. En este campo tengo experiencia personal al ser hijo de guardia civil.

Recuerdo mi infancia en un cuartel y puedo asegurar que para un niño apasionado por el fútbol y un poco menos por hacer los deberes, cuando un guardia civil con el tricornio le pregunta a uno si ya hizo todos los deberes antes de salir a jugar al patio del cuartel, independientemente de cual fuera la respuesta, la cosa imponía, aunque el guardia fuera tu padre. Eran otros tiempos.

Hoy mi padre, a sus ochenta y un años repite hasta la saciedad que, si mil veces volviera a nacer, mil veces sería guardia civil. Esto para mí es motivo de orgullo y admiración. Y lo es porque mi padre no deja de ser uno más de aquellos campesinos que con escasos medios y estudios consiguieron a base de un gran sacrificio aprobar como decían ellos «para la Guardia Civil».

Se sacrificaron saliendo de sus pueblos hacia ciudades o pueblos que jamás habían visto y en muchos casos ni sabían que existían. Cogieron a sus mujeres y niños, además de su ilusión por un futuro mejor, y se pasaron la vida dando vueltas por España. Y sirvieron muy bien a su patria, quizás porque carecían de todo prejuicio inútil y quizás porque su natural sencillez les permitía actuar con una inteligencia que les hacía ser perspicaces y resolutivos. Esto mismo es de plena aplicación a los policías nacionales coetáneos suyos. Todos ellos merecen nuestro agradecimiento.

Un Estado de derecho necesita unas fuerzas y cuerpos de seguridad fuertes y su fortaleza proviene del mandato social que delega la garantía de su seguridad y pacífica convivencia en ellos.

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