Diario de León
Ponferrada

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La actriz Ana Mariscal, toda una celebridad en la España de la posguerra, se dejó fotografiar durante una estancia en Ponferrada con los trabajadores del Teatro Edesa. La actriz sonríe junto al encargado de llevar las latas con los rollos de las películas, kilómetros de celuloide cargados de historias, con las taquilleras y los acomodadores, con los chicos que vendían golosinas en el patio de butacas. A todos se les ve contentos.

El Edesa era teatro, sala de conciertos —allí cantó Juanito Valderrama—, pero sobre todo era cinematógrafo, como el Adriano, o el Bergidum, o el Principal. El Morán y el Sil, que con 1.400 butacas se convirtió en 1958 en el mayor cine de la ciudad, solo proyectaban películas.

Una entrada para ver Botón de Ancla, el éxito del cine español con Antonio Casal, Jorge Mistral y un jovencito Fernando Fernán Gómez, costaba entonces tres pesetas en la butaca principal, cinco en el patio, de los cines de la Empresa de Espectáculos SA que dirigía Adriano Morán. Pero el precio incluía el pase del documental Animales de aguas frías —y uno se imagina a un león marino, y manadas de focas en los hielos de la Antártida— y del corto Jaimito en alcohol.

El negocio era boyante. El cine y el teatro eran espectáculos muy populares en aquella España sin televisión y a Morán incluso se le pasó por la cabeza construir una nueva sala a la altura del kilómetro 392 de la vieja carretera Madrid-Coruña, según recuerda el bibliotecario-archivero de Ponferrada, Jesús Álvarez Courel, para presentar la muestra sobre ‘Los papeles de Adriano’ que puede visitarse en la Casa de la Cultura.

Pero los cines de la empresa Edesa entraron en crisis en los setenta. La especulación pudo en primer lugar con el Teatro Edesa, asentado en una jugosa parcela de la céntrica plaza Lazúrtegui y derribado en 1975. Morán murió un año después y nada volvió a ser igual. Si los cines funcionaron una década más fue porque los trabajadores, en algunos casos los mismos que se habían fotografiado años atrás con Ana Mariscal, sabían cual era su cometido. Pero llegó el video. Y las cuotas de pantalla. Y uno tras otro todos los cines de grupo acabaron cerrando. Aquellos niños que vendían golosinas a los espectadores ya se dedicaban a otra cosa.

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