¡Qué Torra!
L a vida pública se ha convertido en una jaula de hámster. Ratonera, eso sí, con una rueda enorme, en la que todos los que son corren cada día a mayor velocidad. Como bien se sabe, con el único objetivo de girar cada vez más rápido para llegar a ninguna parte. Sin movernos del sitio estamos desde hace ya demasiado, mientras alrededor todo circula a velocidad de vértigo para que nada cambie. Tan agotador como inútil.
Todos entramos en el juego. Los políticos y sus omnipresentes ombligos; los medios de comunicación y su carrera por descubrir en la ficha del colegio de algún ministro que alguna vez tiró de la coleta a una compañera; los jueces bocachancla; los tertulianos sabelotodo con sus vehementes homilías;... Ruido, ruido. Un ensordecedor mercado persa donde todo se compra y se vende, se vocea y se regatea, se oferta un tesoro o se pregona una miseria con habilidad de trilero.
Ya está una harta de que le den tanto la Torra para nada. Para nada que se traduzca en una solución a los problemas que nos acucian, si acaso para añadir alguna piedra en un camino que no pinta fácil. Y no es cosa de ver los vasos medio llenos o medio vacíos. «No se trata de ser optimista ni pesimista, sino de ser realista», me confesaba un empresario local. Ya sabemos que las decisiones que se tomen en Madrid y en Bruselas nos afectan, ni somos imbéciles ni nuevos en la plaza; pero donde realmente nos aprieta el zapato es en las cuestiones domésticas imposibles de resolver.
En este León anquilosado que no encuentra el modo de romper sus ataduras desde ninguno de sus estamentos. La perorata de exigencias históricas rebota incansable en la infranqueable pared de las indecisiones políticas, y sirve de excusa inagotable para los profesionales de un debate público que ni cuestiona nada ni interesa al respetable.
Aquí no va a venir nadie a sacar ninguna castaña de ningún fuego. Las sinergias existentes parecen retroalimentarse en una película que se repite sin fin. Ya lo sabemos: hay potenciales, hay talento. ¿Hay futuro? Irremediablemente, sólo hay que decidir cuál se quiere que sea.
Otro prócer me asegura que lo que pasa no es culpa de los leoneses, qué vamos a hacer. Es cosa de la falta de músculo político local, así que sacudámonos las responsabilidades. Uno más aboga por no buscar culpables sino soluciones. Y eso sí es cosa de l@s leones@s. De tod@s. Despertemos ya. O dejémonos dormir en paz.