Diario de León
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AL DÍA charo zarzalejos
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D esde que el pasado lunes, Quim Torra mostrara su apoyo a los CDR y por la noche de ese mismo día mas de mil personas, según las crónicas conocidas, intentaran asaltar el Parlament y los diputados de Ciudadanos tuvieran que salir escoltados, el independentismo catalán ha entrado, casi como por ensalmo, en su propio laberinto. En el debate de política general del martes, Torra lanzó un ultimátum al Gobierno de España. Lo consultó con tan pocos que los diputados independentistas en Madrid se enteraron del «salto» al mismo tiempo que los demás. A partir de ese momento, las aguas que bajaban mansas se han embravecido de modo que no sólo se pone en riesgo la legislatura nacional, sino que además, no se puede descartar que antes de Navidad los catalanes vuelvan a las urnas.

El independentismo, con Torra a la cabeza, se ha introducido en un complejo laberinto. A Puigdemont le ocurrió que le temblaron las piernas cuando justo antes de convocar elecciones, le dijeron que cuidado, que le estaban llamando traidor. No convocó y así estamos. Ahora a Torra, los mas radicales le ha tocado lo suyo. También es un traidor, un negociador de lo que no se puede negociar porque «la autodeterminación es un derecho que se ejerce, no que se negocia». Al día siguiente el ofendido Torra le dice a Sánchez que hay acuerdo sobre el referéndum de autodeterminación o en Noviembre se le acaba el apoyo de su grupo; es decir, se cargan la legislatura. ¿Cumplirá Torra su amenaza? Hablar de Cataluña es como pisar hielo. El laberinto secesionista es también le laberinto de la política española. En su legitimo afán de dialogo, el Gobierno corre el riesgo de no ser entendido por una buena parte de la opinión pública y, desde luego, por una parte no desdeñable del propio PSOE. También aquí, en el PSOE, las aguas bajan mansas... hasta que se embravezcan.

El presidente del Gobierno está dispuesto a aguantar lo que le echen. Si Rajoy era imperturbable, Sánchez es un alumno más que aventajado en el arte de resistir pero toda resistencia tiene un límite. Y esto es precisamente lo que el presidente tiene que valorar: el límite de la resistencia. No es seguro, más bien lo contrario, que el laberinto secesionista que allá ellos como quieran salir del mismo, se convierta también en el laberinto del Gobierno de España y eso si que son palabras mayores.

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