HOJAS DE CHOPO
Neopolitans y bares
Siguiendo los cánones de cualquier cambio, es cierto que el tránsito hacia un nuevo modelo de vida, entre nosotros iniciado de forma notable hace medio siglo, ha producido, además de progresos inimaginables pero sustancialmente muy positivos, actitudes de choque, de sorpresa al menos, entre las generaciones que ya habían hecho un largo trayecto del camino de la vida, aunque nunca tenga esta los recorridos definidos. Me decía un anciano de mi adolescencia, de esos, sin embargo, que van con los tiempos y se alegran y participan de los nuevos aires, que «avanzamos ahora más en un año que antes en un siglo». Sería o no cierta la apreciación, o solo una manera de percibir la realidad cambiante, no parece ahora el asunto principal.
Lo que no parece entrar en el campo de la duda es el hecho de que las costumbres y las circunstancias cambian tan rápidamente, que las llamadas tribus urbanas no dejan de crecer, alentadas sin duda por la manía de lo nuevo, tan en boga, las ya definidas como «neomanías» en el vocabulario que los nuevos tiempos imponen, y «neopolitans» a quienes las ejercen. Una nueva ciudadanía.
Un ejemplo: la consideración de las clásicas estaciones de la moda —primavera, verano, otoño, invierno—, que se podían seguir antes sin ninguna dificultad a través de una revista, pongamos por caso, ahora se han multiplicado prácticamente hasta el infinito. La oferta de compra y consumo es permanente, incluso agresiva en términos publicitarios, lo que provocó y sigue provocando una manía por lo nuevo.
Me parece, además de respetable, una actitud estupenda. Pero no sé por qué pensando en ello me vienen a la mente la infinidad de contrastes que se producen en nuestra sociedad. El fortalecimiento, al menos aparente, entre las grandes ciudades, las ciudades, y la despoblación imparable del medio rural. Por ejemplo. El deterioro de este último se convierte en alarma con la desaparición de los bares, según constatan no pocos reportajes de los últimos tiempos en los medios. Desaparecen con él los últimos puntos de encuentro, los lugares propicios para la socialización como se diría ahora. Como en su tiempo los teleclubs, algunos todavía hoy, cumplen una función, servidor cree que impagable, hasta el punto de que, y perdónenme la ironía, casi habían de mantenerse a base de un decreto, aunque sea con estrambote. La brecha de los contrastes está liquidando formas de vida, a pesar de tantos proyectos inútiles y tantísimas palabras vacías.