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LA SEMANA manuel campo vidal
León

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L a batalla política en España es tan superficial que apenas se refiere a problemas serios y estructurales. Este país, como el resto de Europa, envejece aceleradamente y se despuebla; debe afrontar una transformación digital en sus empresas pero lo hace lentamente; tiene retos educativos pendientes, sobre todo en la Formación Profesional; arrastra una deuda externa que iguala su Producto Interior Bruto, menos abultada que la de Italia, sí, pero eso no debería ser consuelo; ha heredado de la crisis económica una desigualdad que castiga a un amplio sector de la población —especialmente ancianos y niños— y que lastra el crecimiento económico. Sin embargo, las medidas para combatir esa desigualdad —como elevar el salario mínimo a 900 euros mensuales— son cuestionadas por el Fondo Monetario Internacional que pide prudencia y tacto en su aplicación.

Esos son ejemplos de problemas estructurales de España; y no los únicos. Pero los partidos políticos, salvo excepciones, y la mayoría de medios de comunicación, tanto digitales como convencionales, están en el chascarrillo y la anécdota sin ocuparse de lo esencial. Preocupante.

Tiene razón Eduardo Madina —promesa política e intelectual del PSOE, caído en refriegas sucesorias internas— cuando escribe que «la política empieza a concebirse en España como una rama más del entretenimiento (...) como si fueran tramas de ficción o guiones de Netflix». Así es. Comparece en las Cortes un exsecretario general del Partido Popular, Álvarez Cascos, a propósito de la trama corrupta Gürtel y solo se refleja en los medios que el inefable diputado de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, le guiñó un ojo a una diputada popular generando una reacción sentida de la parlamentaria, que solicitó el apoyo de las colegas presentes. Buen fragmento para una telecomedia y munición para las redes. Pero Paco Álvarez Cascos se fue aliviado de allí porque no se aclaró si los pagos en dinero ilícito a un tal P.A.C. que figuraba en la relación de comisionistas, fueron a parar a él o no. El Parlament catalán vota una resolución contra el Jefe del Estado, Felipe VI, y todas las informaciones y las fotografías se refieren al supuesto error de protocolo de Pedro Sánchez, cuando Zarzuela lo desmiente. Debía hacerse una foto con los Reyes y las principales autoridades del Estado para mostrar unidad institucional pero Sánchez saludó a Ana Pastor, que siguió caminando, frustrándose la instantánea. Lance divertido, sí, pero ninguna referencia al fondo político del cuestionamiento creciente de la Monarquía por los independentistas y los podemitas. Suma y sigue. Podríamos desgranar un rosario de pequeñas incidencias que sirven para entretener al público pero nunca para afrontar los verdaderos problemas del pais.

A propósito de la reprobación al Rey en el Parlament, el editorial de La Vanguardia publicado el viernes, el mismo día de la fiesta nacional, era rotundo: «El independentismo, enmarañado en sus disputas internas, ha paralizado durante meses el Parlament y se ha entregado a la mera gesticulación política. Es en esta cansina reiteración de aspavientos donde se inscribe esta reprobación del Rey, innecesaria, de nulo efecto y hasta temeraria». Leer editoriales así reconforta sobre el compromiso de los medios con el fondo de los problemas políticos, mientras otros se columpian en la epidermis con anécdotas. Y si pasamos a considerar las tertulias radiofónicas o televisivas pocas se salvan.

Un país con tensiones económicas, territoriales y electorales que apenas tiene debate político sosegado, donde sus lideres pugnan por construir frases para el consumo de Twitter sin haberse estudiado los asuntos, acrecienta los riesgos de caer en el populismo. Ojo: estamos en Europa, territorio elegido por el ideólogo Steve Bannon para su cruzada populista después de haber evangelizado a los Estados Unidos con su profeta en la tierra Donald Trump. Más política seria y menos anécdotas, por favor.