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LA VELETA ANTONIO CASADO
León

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S on dos fuerzas enfrentadas por la hegemonía en el campo del independentismo. A un lado, los ex convergentes divididos a su vez entre seguidores de Puigdemont y tejido organizativo del PDdeCat. Al otro, militancia de ERC, cuyo líder, Oriol Junqueras, paga con la cárcel la defensa de sus ideas. Lo ocurrido el martes pasado en el ‘Parlament’ se debió a la obstinación de Puigdemont y tres diputados de su cuerda (los cuatro procesados por rebelión) en desobedecer una resolución judicial (suspensión de sus respectivas actas), al revés que los dos diputados de ERC en el mismo caso.

El resultado es que el presidente del Parlament, Roger Torrent, en consonancia con la decisión de la Mesa y los letrados de la Cámara, no permitió el voto delegado de los cuatro diputados insumisos (sí hubiera admitido el voto por sustitución, previsto incluso en el auto del juez Llerena). La consecuencia: ruptura de la mayoría independentista (70, sobre 135) recurrente a lo largo de los apenas cinco meses transcurridos desde la puesta en marcha real de la Legislatura.

El fondo político es que la fuerza independentista con tendencia a pactar (ERC) se ha impuesto a la fuerza independentista con tendencia a romper (Torra y la parte de JxC próxima al fugado de Waterloo). Más que nada, por hartura del expropiador narcisismo de Puigdemont, que hace turismo por Europa con un lazo amarillo en la solapa mientras el líder de ERC está en la en la cárcel por haber dado la cara ante la Justicia.

La derivada inmediata: la Legislatura está prácticamente acabada. Por pura inacción legislativa. Por exceso de dinámicas gestuales y declamatorias que no se concretan. Porque las instituciones han quedado relegadas ante el empuje de la agitación callejera. Y porque la obstinación en el unilateralismo, el desacato y le ilegalidad solo lleva a túneles sin salida.

Así las cosas, el independentismo se asoma al abismo, incapaz de poner orden en sus propias filas y de gobernar el día a día. Nunca se ocupó de los problemas reales de «todos» los catalanes. Y a sus más resueltos dirigentes solo les queda confiar en un futurible como elemento de recomposición.

Me refiero al cuento de la lechera de lo que Torra y Puigdemont llaman «un nuevo 1 de octubre». Es decir, una nueva cima emocional que cohesione a quienes sueñan con una republica real y verdadera de Cataluña. Esa cima no es otra que la sentencia a los líderes procesados por rebelión. Creen que si es condenatoria, el independentismo pueda renacer de sus cenizas.

Mientras tanto, todos estamos en alerta porque el próximo 27 de octubre es la primera fecha en la que el presidente de la Generalitat puede convocar nuevas elecciones. Serían las quintas en los últimos ocho años.