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Publicado por
AL DÍA José María Calleja
León

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H ace un rato histórico que el nacionalismo vasco radical y sanguinario, y en menor medida el que veía al Estado como ‘invasor’ ordeñable, establecieron ‘español’ como sinónimo de insulto. Cuando el secuestro/tortura del empresario Julio Iglesias Zamora por los terroristas supremacistas de ETA, un puñado de vascos nos pusimos un lazo azul de protesta y libertad. Fuímos tildados de inmediato de ‘españolazos’, algo así como españoles en grado sumo, con el agravante de protestar contra su terror. Hace otro rato que el actual presidente catalán, delegado de curso del huído con ínfulas napoleónicas, por más señas Quim Torra, nos llamaba a los españoles «bestias con forma humana».

Durante años, sentirse español estaba mal visto, no sólo por el discurso hegemónico nacionalista, también porque a la izquierda, por ejemplo, le repugnaban, lógicamente, los colores de una bandera manoseada por Franco. Es verdad que alcanzamos un momento de elevada autoestima con la Transición, de la que no teníamos modelo y a la que convertimos en paradigma de paso civilizado de la dictadura a la democracia, en medio de violencias etarras y golpistas. También estuvo muy bien la Constitución, la obra democrática que más orgullo nos debería provocar, aunque solo sea porque con ella se abrió el periodo más largo y fructífero de libertades y democracia en nuestra historia. Pero es verdad que contra ambas se alzó el discurso populista, el de pongan los cuentakilómetros de la historia a cero que esto y el hombre nuevo lo inauguro yo. Nuestros populistas no reconocieron que había democracia hasta que se dieron cuenta de que sin el voto de los españoles mayores no gobernarían, y entonces les otorgaron el título pelotillero de conquistadores de libertades. Fue el Mundial de Suráfrica el que provocó la mayor socialización de la bandera española constitucional jamás conocida. Para entonces, los deportistas españoles habían hecho más por el prestigio y la autoestima de España que cien ensayos, por otra parte casi inexistentes.

Gracias, entre otras cosas, al xenófobo nacionalismo catalán, en España se vive un momento de orgullo razonado de lo español. No se trata de un nacionalismo contra otro, mas bien de contar bien la historia de España, la reciente y la remota.