EDITORIAL | La deuda pendiente con Eduardo Arroyo
El mundo ha perdido a uno de los grandes, un artista único, controvertido y universal. Pero Eduardo Arroyo también atesoró una pequeña gran pasión, Laciana, una tierra que heredó de su familia y que conquistó al inconquistable, a la que amó incondicionalmente y por la que peleó incansable. Eduardo Arroyo deja a su muerte una impronta única y un resquemor amargo, especialmente al recordar la última entrevista que concedió antes de morir. El pasado mes de julio Eduardo Arroyo llamó a este periódico porque quería ofrecer un testimonio íntimo y real, unas confesiones en las que lamentaba el escaso apoyo recibido para sacar adelante sus proyectos para la comarca. En aquellas páginas vertió las que fueron sus esperanzas frustradas para Laciana y ahora, ya en su ausencia, se debe tener muy presente la deuda pendiente con este soñador irreverente y lograr que el empeño que siempre puso en querer y dejarse querer por su tierra se traduzca en un homenaje permanente. León tiene la obligación de que esta huella tan personal que imprimió Arroyo en el verde de Laciana no se diluya tras su muerte, que sus sueños se cumplan y sus desvelos sean correspondidos. Entre sus planes figuraban construir un teatro, atraer a los mejores pintores contemporáneos, llevar al olimpo de la música a recorrer el valle que abarcaba desde el balcón de su casa... quería universalizar Laciana. Eduardo Arroyo es un valor irrepetible y su legado será conservado y respetado y no hay lugar mejor para ello que la montaña de Robles, donde él eligió reposar para siempre.