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Publicado por
Israel Alvarado González FILÓSOFO
León

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E s la política española muy parecida a la que se vivía en tiempos de Ortega. No es de extrañar, ya que la historia tiene la peculiaridad de repetirse. O por ser más exactos: el engarce del progreso —del cambio— es siempre la repetición de ciertos patrones.

Reconocible es la creciente politización de nuestra vida diaria. Parece no haber otra solución a los problemas actuales que la vía política y, aún en dicha vía, sólo parece deseable aquella que pueda librarnos de nuestras aflicciones, ya sea como individuo o colectivo, de una forma rápida. Pero esa incontinencia para la acción no sería en sí misma dañina, sino no llevara consigo el desatendimiento —precisamente— de lo que pudiera resolver nuestros problemas: desatender el conocimiento de los problemas. Un ejemplo aclarará —creo— un poco lo dicho:

Por todos los lados está dada la señal de alarma contra todo tipo de machismo. Pero tal urgencia en actuar contra el machismo deja fuera a las personas que quieren investigar la causa, el por qué, de los machismos. Se trata de un gran círculo vicioso en donde los que piden urgencia en atajar el machismo, no entienden el diletantismo al que llegan los que se toman el tiempo por intentar comprender.

Todo está centrado a la acción política. No se puede entender ahora mismo (dejando fuera la religión, la superstición y las soluciones últimas) otra manera de resolver los problemas de un país, o del mundo en general, que a través del ejercicio político. Y cabe esperar, que cuanto más poderoso y contundente sea ese ejercicio, mejor. ¿Cómo acabar con los grandes desafíos a los que se enfrenta el ser humano? ¿Cómo hacer frente a grandes potencias, grandes líderes, grandes intereses…? Creo que no habrá ya nadie que piense que sólo con la actuación de lo divino, o de rodillas en el reclinatorio, se van a solucionar estos enormes desafíos; económicos, ambientales, sociales… acabar con guerras, violencia, maltratos, etc.

Como no espero que grandes líderes o grandes ideas vayan a cambiar nada y como tampoco espero a que la actuación de una divinidad venga a poner orden en el desaguisado… esto me sitúa en una interesante paradoja: Por un lado, la política no va a resolver los problemas. Pero por otro, no nos podemos quedar con los brazos cruzados.

La vía únicamente partidista, que ejercer su poder mediante los recursos que el Estado le proporciona, no es la solución para nosotros. Los partidos políticos, los políticos, tienen que existir ¡claro! pero —con razón— no pueden ser la purga Benito; por expresarlo de una forma llana. Qué papel, qué jurisdicción debe ocupar el oficio del político, sería otro tema a tratar, pero nos desviaría ahora del objetivo de este artículo.

El espacio que ocupaba la religión, lo ha tenido que ejercer en parte y no desde hace mucho tiempo el gremio al que nos estamos refiriendo en estas líneas. No podemos exigirles, por tanto, responsabilidades de tan alta altura. Es más bien, nuestra falta de responsabilidad, la dejación y delegación de los asuntos que conciernen a las relaciones entre personas (y que constituyen eso que solemos llamar «sociedad») lo que nos ha llevado a la desesperada búsqueda de soluciones mediante la manipulación de los grandes resortes de los estados. Una buena «sociedad» no puede estar nunca dirigida por lo que un individuo o una mayoría de individuos quieran disponer.

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