Diario de León
León

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Llevaba años sin ver una película de terror, género al que de mozo fui aficionado, por aquello de agarrarme a la acompañante. Ahora, a mi edad, ya tengo bastante espanto con las grabaciones del excomisario Villarejo o con la penúltima sandez de Trump. El viernes hice una excepción y fui a ver La proeza, el cortometraje del director leonés Isaac Berrokal, rodada en San Román de la Vega, porque en ella aparecía Ágrata Andrés, hija de la redactora jefe de este periódico, Susana Vergara, y del fotógrafo César. Una película excelente. Sin desmerecer al resto de intérpretes, la imagen de Ágrata a solas con la futura víctima permanece en mi retina, pues en la ficción no hay mayor terror que el sugerido. En su breve y magnética presencia hay otra historia. A Berrokal debemos seguirle la pista, pero, a ser posible, ya en otro género cinematográfico. Sabe aterrorizarnos. Es más, no creo que haya alguien dispuesto a pasar un fin de semana en una casa rural regentada por tales damas. Con acierto, se ha alejado de esas visiones en las que lo demoniaco aparece pasado por la estética new age. La maldad no está banalizada: horroriza y repele. Impactante la coreografía de nuestro paisano Javier de la Varga.

Percibo la existencia del mal en el mundo, incluso en mí mismo, pero no creo en él. Al menos, no de la misma forma que lo hago en el Bien. Un ejemplo clásico: el nazismo tiene una explicación sociológica, económica, política y psiquiátrica; en cambio, esos cuatro elementos no bastan para explicar por qué el médico y pedagogo Janusz Korczak pudiendo salvar su vida eligió morir en Treblinka con los niños. No todos los temblores son iguales. Lo irás descubriendo, dulce Ágrata. También los hay buenos.

Al salir de la proyección, escribí a Susana este whatsapp_ «Estupenda peli, pero… si no logramos conciliar el sueño esta noche ¿podemos ir a dormir al sofá de vuestra casa?» No tuve respuesta, o no inmediata. A eso de la una de la madrugada, ay, en mi móvil sonó la entrada de un mensaje, su familiar pitido me asustó tal trompeta del Apocalipsis. No di un respingo en la cama, sino tres. Susana me contestaba con un «jaa jaa». Uff, temí que fuese Mefistófeles para hacerme una oferta por mi alma.

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