TRIBUNA
Comprar la historia
M e pone un kilo de lentejas, una lubina de tamaño medio y dos libros de historia. A lo que el vendedor responde: ¿La historia como la prefiere, cuál es la que más le gusta y se adapta a sus preferencias? ¿La historia la prefiere en formato texto o más bien en capítulos televisivos?, a lo que añade: tenemos ahora una oferta muy interesante que se podría adaptar muy bien a sus preferencias. Recientemente me he sentido interesado por una serie de televisión sobre los Templarios . La ha emitido una cadena que se supone especializada en historia. Ya en los créditos se indica que la serie esta sufragada por la Diputación de Castellón. Entonces resulta que la única referencia de los Templarios es el castillo de Peñíscola, curiosamente en Castellón.
No hace mucho se ha emitido la serie El final del camino que pagaba la Xunta de Galicia. Qué casualidad que en ella se recrea un retrato de los nobles gallegos como grandes prohombres hacedores de la Catedral de Santiago en detrimento de unos reyes leoneses a los que se caracterizan como despiadados y depravados.
No hemos evolucionado mucho desde la Edad Media en la que aquellos que tenían poder económico o militar encargaban a los juglares que cantasen sus bondades y hazañas. Lo que roza lo inaudito es que en esas apologías se sustentase una historia que luego se impartía en los centros educativos. Claro, así pasaba que el liberador del Cerco de Zamora (Bellido Dolfos) fuese tratado como traidor incluso en la propia ciudad que liberaba. Afortunadamente, hace no demasiados años, se ha cambiado ese relato y lo que hasta ese momento había sido «traición» es ahora «lealtad».
Esa «compra de la historia» se ha extendido a lo largo del tiempo, no es privativa del momento actual. Lo único que ha cambiado son los compradores, antes eran a título más bien individual y ahora suelen ser las instituciones las que sufragan esos gastos.
Tampoco creo que sea algo que quepa limitar a un espacio geográfico determinado. A veces suelo escuchar que desde los gobiernos nacionalistas se promueve que en los centros educativos la difusión de unos libros de historia que se adaptan a sus criterios ideológicos y dibujan una imagen negativa de España. Creo que esto es efectivamente es así, pero en ningún caso entiendo que ello sea privativo de ese mundo nacionalista. Diría más bien que la distorsión de la historia para adaptarla a sus intereses, es una práctica mucho más generalizada.
En Castilla y León existe la Fundación Villalar que sufragada con el dinero público se dedica en exclusiva a difundir un modelo de historia que se adapte al que sufraga sus importantes gastos. Así no hay problema hacer referencias de Castila y León hasta en la prehistoria. La cuestión es dar «el producto» que «el cliente-pagador» demanda. Se busca adaptar la historia para que sea un instrumento del objetivo político de aquellos que mantienen esa institución. Lo demás poco importa.
Es especialmente grave esta situación cuando es la infancia la destinataria de esos mensajes. En unos casos se ha hecho en forma de comic (Fundación Villalar) y en otros he podido ver como al enseñar los números a unos niños a través de imágenes al llegar al 7 lo identificaban con un mapa de Euskadi (3 provincias vascas+Navarra+3 del País Vasco Francés). El principio es el mismo, tan sólo cambia el lugar donde se aplica. El rechazo es a ese modo de hacer las cosas y no cabe singularizarlo con lo que hacen «los otros».
La libertad tiene un precio. Claro que hay personas que desde criterios de independencia tratan de hacer llegar lo que es su versión de la historia. Pero es muy claro que no cuentan con los mismos medios para costear sus estudios y menos aún para difundirlos al medio social.
En un medio en el que cada vez prima más la imagen, se hace especialmente complicado el acceso a esos medios. Aún con dificultades uno de estos «quijotes independientes» puede llegar a publicar un libro. Sin embargo será prácticamente imposible que su relato pueda llegar a los medios audiovisuales con procesos de producción mucho más caros.
Aún más complicado será hacer llegar ese relato independiente a los centros educativos. La ortodoxia en ese campo la marcan aquellos que ejercen el poder en los marcos institucionales. Ni siquiera hay capacidad para mostrar dos versiones y que se pueda elegir la que se considera con un mayor soporte científico.
En ese sentido a menor poder institucional menor capacidad para poder difundir lo que podría ser nuestra versión de la historia. Desde siempre los perdedores han tenido que escuchar el relato de los hechos que hacen los vencedores. Sin embargo ello no necesariamente ha supuesto que ese relato coincida con lo que realmente ha ocurrido.
Una historia que no dependa del gusto del «comprador» es garantía de libertad. A veces hemos visto este debate en lo que es el control de los medios informativos públicos, pero creo que sería necesario extenderlo también a otros campos.