Diario de León

MARINERO DE RÍO

Ahí vos dejo el hacho

Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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La mina, hijo, es hembra, y se lleva a muchos machos por delante». Lo reza como una letanía, canónico dogma de fe, el bueno de Máximo, que sigue viviendo con su mujer y sus perros en lo que fue el poblado minero de Casetas, antaño laborioso y concurrido, hoy convertido en una especie de escenario cinematográfico para película bélica o pavorosa, unas cuantas vías muertas y barracones ceñidos por hoscos montes de roble. Te recibe en madreñas, te cuenta algo de su sufrida y dickensiana vida (se salvó del histórico accidente en el que murieron catorce paisanos por tener que ir a domar el buey que tiraba de las vagonetas), y al poco ya está echando algún cantar, que por algo le apodan El Pajarín de Casetas y El Grillo.

Te cuenta que de ocho años marchó a Los Argüellos de criado («estaba más frío aquello que el hocico de un oso»), y que poco le quedaba para cumplir los catorce cuando bajó al pozo. «Tragué mucho polvo», dice quien pasó por todas las jerarquías extractivas: ramplero, señalista, ayudante de barrenista, barrenista y picador. Una vez estuvo dos horas enterrado por completo, menos la cabeza y una mano, y no paró de tocar en un madero para que supieran dónde estaba.

Me he acordado de él al leer la magnífica crónica de Carlos Fidalgo y Mari Ángeles Cebrones (junto a las no menos elocuentes fotos de Luis de la Mata), relativa al último descenso al tajo en el Bierzo: un texto y unas imágenes para la historia. Cuando dentro de veinte o treinta años algún curioso quiera saber por qué estos valles quedaron arañados de zarpazos negros y qué eran esos esbeltos castilletes metálicos, habrán de acudir a textos como ese... y a los estantes y archivos del Museo de Sabero.

Y a ti, ¿qué te parece esto del fin de la minería, Maxi?, le pregunté ayer. «Home, pues que se llevó a bastantes, sí... pero que dio de comer a más. Muchos pueblos vivieron de ella. ¿Dónde va a ir ahora esa gente? Se tendrán que echar por el mundo alante», reflexionaba, y tosía, la araña de la silicosis recorriendo arriba y abajo sus pulmones. Se acaba una época, un mundo completo de cuyo legado deberíamos saber sacar partido, enseñanzas y valores. Y riqueza en forma de algo que podríamos llamar el turismo de la dignidad o del recuerdo. En realidad, lo dejó bien claro Maxi el día que se jubiló: «Ahí vos dejo el hacho y la pica, hacer lo que queráis con ellos».

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