En la encrucijada

El empeño de los instalados por intentar seguir convenciéndonos en vano de que vivimos en el imperio de Jauja o limítrofes parece empezar a diluirse. La degradación creciente y uniformemente acelerada de esta tierra, sometida a una grave crisis económica y política, no necesita muchos más análisis, promesas permanentes, gestos inútiles y zarandajas de toda índole. Un simple paseo por la capital de la provincia es suficiente para constatar el deterioro de la situación. No digamos nada si el recorrido es por la provincia, modelos, en ambos casos, de creciente falta de oportunidades y de un sangrante exilio económico. Los lamentos de la calle empiezan a estar presentes. Que no digan los instalados que la queja no tiene justificación, con ese dedo acusatorio cuando conviene, nunca para ponerse de acuerdo, superando la barrera partidista —la partitocracia es «sibilina y chanchullera, como vemos aquí», leo en una novela— en beneficio de la colectividad, que importa menos que ganar las elecciones. Después el poder adormece. Solo hay quejas, por una y otra parte, cuando las administraciones son de distinto signo. Vivimos en la acusación permanente, sin que se atisbe cierta unidad de acción. Siguen discutiendo sobre el sexo de los ángeles, convirtiéndose en muchos casos en el peor aliado para el progreso de la provincia a la que dicen representar. Sobran ejemplos.

La serie de titulares de los medios con sus respectivos contenidos, especialmente en los últimos tiempos, es más que elocuente. Podríamos traerlos a cientos, aunque uno sea suficiente, por definitivo y demoledor: «La penúltima provincia española con la peor tasa de actividad». Y hasta aquí hemos llegado.

¿El futuro? Quién lo sabe, aunque todos los indicadores que analizan los expertos hablan de empeoramiento. En este contexto, muy complejo sin duda, tiene mucho que ver también la Comunidad a la que nos han incorporado a la fuerza —muchos lo saben y no lo dicen por razones obvias— y que nos está ayudando a caminar hacia…, con agravios comparativos incluso de hondo calado. «Ahora —escribió J. R. Bajo— que se habla tanto de naciones, de estado federal o de reforma de la Constitución sería el momento adecuado del ‘divorcio’ de una comunidad que solo ha traído ruina…». Buen aviso para habituales de «balones fuera, que vamos ganando». Clamor social, determinante. Más que subirse a la foto y la pancarta, súbanse unos y otros a la responsabilidad. Ya está bien de marear la perdiz. Las pocas que quedan.