Diario de León

FUERA DE JUEGO

Evocación sonora

León

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Los mapas sonoros forman parte de la vida misma. En León no cesan los ecos del complicado encaje del ocio y el descanso. Pero más allá de polémicas, el oído —como los olores y sabores— facilita la posibilidad de viajar en el espacio e incluso en el tiempo.

Recordaba esta semana el mapa sonoro de mi infancia y juventud en Ponferrada, cuando las horas venían marcadas por tres rutinas. La de esa campana siempre destemplada del Arco del Reloj —desconozco la razón por la que tras cada restauración vuelve a sonar rápidamente ‘clack’—; el campanín agudo del convento de esa misma calle —que informa de las abundantes horas de rezo en la clausura—; y la sirena de la MSP, que desde la parte alta de la ciudad sólo se oía al amanecer, anunciando la entrada del turno... y el escaso tiempo que quedaba para estudiar todo lo pendiente del examen a pesar del madrugón.

Durante un siglo la MSP marcó la vida de todo el valle del Sil. Ahora la reconstruyen en un libro Jesús A. Courel y Víctor del Reguero. Lejos de datos y análisis apuestan por lo cotidiano. Y en ese primer vistazo ansioso de cuando algo te interesa de verdad detecto que matan el sonido de la sirena en 1971, un imposible según los datos de mi DNI. Más allá de anécdotas resulta recomendable para quienes vivieron o quienes desean conocer porque abre una ventana para sumergirse en lo que fuimos y somos. Excelente oportunidad para tiempos con tardes de lluvia o frío, como la novela de Juan Carlos Vázquez (El nombre de los barcos), que ofrece una singladura al más puro estilo de los viejos libros de aventuras, de esos que ni siquiera se levanta uno para encender la luz cuando ya no queda más remedio porque no puede parar de devorar páginas.

Falta un mes para Navidad y toca pensar en libros. Gracias a otro regalo familiar, y ya con las aguas mansas tras todo lo que removió hace un año, toca rememorar con los dientes apretados en la Patria ‘etarra’ de Fernando Aramburu. Cuánta cobardía y cuánto daño estéril. No falta nada, ni el ‘algo habrán hecho’ ni las verdades bastardas de cuarteles y sacristías. Como la gran perdedora en el País Vasco fue la verdad quizá tanto ha dolido este libro. Una obra que es testimonio de un tiempo en el que los silencios marcaron el mapa sonoro y hacía falta contar ese día a día en clave de cotidianidad. Historias sencillas como lo es la realidad. Incluso el sonido de una campana infantil decide entre vivir o morir. No debo contar más...

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