Diario de León
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EL MIRADOR FERMÍN BOCOS
León

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A medida que se acerca la fecha del juicio a los políticos que promovieron el «procés» que perseguía la independencia ilegal de Cataluña se acentúa la acritud de los diputados secesionistas que tienen escaño en el Congreso. Y se pasan de la raya. Lo acaecido en la sesión de control al Gobierno este miércoles es una muestra de esa escalada de tensión.

El diputado Gabriel Rufián, provocador habitual de episodios fuera de tono y lenguaje parlamentario se superó a sí mismo insultando al ministro Josep Borrell. Se atrevió a llamarle «fascista». Rufián se hizo expulsar de la Cámara y con él en fila india marcharon media docena de sus colegas de ERC. Al llegar a altura del ministro, uno de ellos le escupió. No hay precedentes. El incidente pone de manifiesto el grado de fanatismo al que han llegado algunos políticos.

No es tolerable que a un ciudadano como Josep Borrell de larga y acreditada trayectoria democrática se le pueda insultar de esa manera. Y menos aún la vejación del escupitajo. Josep Borrell se ha convertido en la «bestia negra» para los separatistas porque en cada ocasión en la que ha participado en algún debate con ellos, les ha dejado en ridículo desmontando una a una todas las falacias y supersticiones en las que se basa el discurso independentista. En un debate con Oriol Junqueras, Borrell demostró que toda la argumentación del líder de ERC respecto del futuro que aguardaba a Cataluña tras una hipotética separación del resto de España era un trampantojo. Una colección de conjeturas sin base real alguna. Allí le declararon enemigo del pueblo. Un «mal catalán» que dicho de Josep Borrell (La Pobla de Segur, Lleida), suena a mala fe.

Borrell es un hombre de pensamiento cartesiano forjado en el esfuerzo y el rigor. De familia modesta, le debe todo en la vida a su fuerza de voluntad: ingeniero aeronáutico, doctor en Ciencias Económicas, catedrático en Matemáticas Empresariales, ministro, presidente del Parlamento Europeo, etc. Siempre estuvo en el lado del socialismo. Insultar a Borrell llamándole «fascista» es una ignominia. Que no debería ser pasada por alto.

El presidente del Gobierno que recibió el apoyo de los diputados de ERC para impulsar la moción de censura que le llevó a La Moncloa debería reflexionar acerca del gravoso peaje que está pagando. Por lo ocurrido este miércoles y por todos los sapos que se ha tenido que tragar por causa de los separatistas y por los vaivenes del Gobierno, el hartazgo de Borrell se percibe a simple vista. Hombre digno como es, no me extrañaría que cualquier día le diga adiós a todo esto.

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