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Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán De la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
León

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E n estos días se está denostando la Transición española, que se inició a partir de finales de 1975 y se extendió durante los años 80. Momentos cruciales en donde proliferaron ideologías que fueron legales a través de la reforma política. Existía una generación que se había intelectualizado a través de revistas serias, tales como Cuadernos para el diálogo, Índice, El Ciervo etc.; amén las que se editaban de oposición al régimen, en París como Cuadernos de Ruedo Ibérico, (la colección completa se encuentra en la Biblioteca de la Facultad de Derecho de San Sebastián). De tal forma que la denominada generación del cambio, no surgió por arte de la demagogia revolucionaria (que es como se reivindica ahora) sino por la intelectualidad sosegada y, diríamos, que casi predemocrática.

Se tiende a despreciar los momentos más difíciles de aquella época, sin saber cómo ocurrieron las situaciones, las tendencias y las presiones. Si la juventud de hoy desconoce las vicisitudes de aquellos días, tiene textos de primera mano escritos por los protagonistas de todas las tendencias, a saber: de la izquierda, como los relatos de la editorial Sistema; del centro, como el Memorial del centrista Díaz–Ambrona; o los tomos (Episodios) de la derecha de Ricardo de la Cierva. Se trataba, entonces, de aceptar o no uno de estos tres conceptos: a) continuidad, b) reforma, c) ruptura. Con buena lógica, y equilibrado abrazo, se propuso la «ruptura pactada». Los buenos historiadores saben que los momentos pretéritos hay que interpretarlos según las circunstancias, o el entramado sociológico y ambiente político, desde los cuales han de ser relatados. Por aquél entonces —hace más de 40 años— los vaivenes de la política eran de una presión insoportable.

Un día me dijo Adolfo Suárez (debió de ser a mediados del año 1977) que Franco le había dicho: «Ustedes tendrán que gobernar de otra forma». (Este pasaje lo cuentan, con otras palabras, Payne y Palacios —645— , pero el fin es lo mismo). De tal manera que bajo la mente privilegiada en política del catedrático Fernández Miranda, se procedió a reformar la estructura del Estado. A través de un sistema de monarquía parlamentaria, o sea, democrático. Aquella generación procedió a realizar un verdadero armazón de ingeniería política sin que en la sociedad se pudiera reflejar algún derrumbe de consecuencias traumáticas, ni económicas ni de enfrentamientos. La organización sindical del régimen se convirtió en Administración Institucional de Servicios Socioprofesionales; tanto los antiguos sindicatos de clase (UGT, CNT, etc.) como los recién creados (CC OO), se instalaron en los edificios del sindicato anterior. La mutualidades fueron absorbidas por la Seguridad Social y por los institutos que se crearon.

La Transición, diría Elías Díaz: «se hizo a través de un difícil proceso de reforma (con pactos y consensos) que dio lugar a una ruptura política, es decir, en definitiva del paso de la dictadura a la democracia; fue pues, una operación compleja de «reforma-ruptura» o de «ruptura–pactada».

A esta misión se unieron, para tal fin, todas las ideología políticas en aquellos momentos que, como dice Díaz-Ambrona era «todo oscuro e incierto» (558). Pero la voluntad por una meta que beneficiara a los españoles primó por encima de las lógicas discrepancias. La primera medida era consolidar la economía a través de los famosos —y exitosos— Pactos de la Moncloa; seguidos de una norma de amnistía o si se quiere, recuperación de derechos y reconciliación de los tiempos de guerra y posteriores. La Ley de Amnistía fue consensuada por todos con no pocas discusiones, para terminar diciendo: «Quedan amnistiados todos los actos de intencionalidad política» (artículo 1); y por extensión en el artículo 8: «las infracciones de naturaleza laboral y sindical consistentes en actos que supongan el ejercicio de derechos reconocidos a trabajadores en normas y convenios internacionales vigentes en la actualidad». (Por los años 78 a los 80 tuvimos que dictar en las, todavía, Magistraturas de Trabajo, muchas resoluciones en aplicación de esta ley y observar varias actos de reconciliación físicamente, emocionantes).

La Amnistía fue consensuada por todos los dirigentes políticos de entonces, desde Carrillo y López Raimundo, hasta representantes de PSOE y PNV. No fue solo la UCD sino que se embarcaron todos. Como también lo fue el pilotaje de la Constitución de 1978, en cuya comisión de estudio había ideología de izquierda, centro y derecha. La Transición culminó con la Constitución española que se aprobó en diciembre, ahora hace 40 años, por el 87,77 por 100 de los españoles.

Ahora por lo visto, hay quien quiere volver atrás basados en la falacia de que ellos no votaron. No se puede consultar una norma suprema cada generación, qué digo, cada media generación. Por poner unos ejemplos: la de Francia es de 1791, la de EE UU 1787, la de Noruega de 1814, así sucesivamente. Es cierto que puede reformarse para adaptarla a algunos tiempos o situaciones, pero ha de saberse que ciertos valores son permanentes e inalterables por ser naturales al tiempo y a los hombres. Podemos escoger alguna de estas dos opciones, la solidaria que cantó Blas de Otero (con unos versos al leonés Eugenio de Nora): «Tú y yo, cogidos de la muerte, alegres,/ vamos subiendo por las mismas flores…»; o meterse en los personajes de Goya en su cuadro Duelo a garrotazos. Hay que elegir.

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