Diario de León

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La luz al final del túnel es un radar

León

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El sistema merece un reconocimiento por su capacidad de respuesta frente al que infringe la norma; por el veloláser, por ejemplo, artefacto que lleva la investigación tecnológica a la altura de la evolución de las especies con esa cualidad fascinante para ver antes de ser visto, resorte genético exclusivo de los lobos u otros afamados depredadores. Cada día se despliegan un puñado de estos dispositivos de ojo divino por las carreteras leonesas, según reflejan con la precisión celosa de gepese en la maraña de alertas de las redes sociales; la incidencia, claro, llega a toro pasado, como el relato de un suceso; con el transgresor del límite de velocidad atrapado en el embudo que la autoridad habilita para prescribir la solución a los desmanes. Ahora está por comprobar si el fenómeno tecnológico es capaz de revertir esa persistencia del hombre por tropezar con la piedra del acelerador. De desengañar de ese contagio febril de la postmodernidad, de las prisas, cuando las prisas no llevan a otro sitio más que a llegar antes de tiempo al lugar de la multa. Luego, sí, se recordará como batalla de primer nivel en las conversaciones muertas de barra de bar y sobremesa, que lo mismo moldean el tedio con las gestas deportivas que con los cuatrocientos euros del vellón que costó pasarse de frenada. Evitarlo es la única forma efectiva de que un radar no raje el velo de la intimidad y deje constancia sonrojante de que fulano de tal estuvo aquí, que se paga en las oficinas de tráfico y en las entidades bancarias colaboradoras; no pasar por delante de su radio de acción. Miren la tozudez persistente de los leoneses que cruzan a diario bajo el arco de los foto rojos que apuntan a la diana del semáforo, mientras ambienta la escena un eufórico The Final Countdown de la autoridad municipal; sólo tiene probabilidades de caer quien transita por Padre Isla, Santa Nonia o Doctor Fleming. Igual que en la N-120, ante el mitológico menhir del cruce de Oteruelo, que tritura matrículas entre la afluencia que accede a la capital; los que se van, en sentido contrario, circulan temerosos, sobresaltados por el impacto del fogonazo; estresados con el avistamiento; amedrentados, cual antílopes que sobreviven al ataque de un leopardo al rebaño. Otra vez. La tecnología y la evolución de las especies.

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