Diario de León

TRIBUNA

El envejecimiento y la soledad, una plaga de los nuevos tiempos

Publicado por
Prisciliano Cordero del Castillo SOCIÓLOGO Y SACERDOTE
León

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N o quisiera ser agorero o profeta de grandes males, pero el incremento acelerado de la esperanza de vida y las bajas tasas de natalidad que registra España, hacen prever una sociedad altamente envejecida y con graves consecuencias económicas, sociales y personales, como el problema de la soledad. La mayor esperanza de vida, que a nivel social es un gran logro y a nivel individual es muy deseada, pues si te jubilas con 65 años todavía puedes tener por delante de 25 a 30 años más de vida, puede convertirse en una de las transformaciones sociales más importantes del siglo XXI y con unas consecuencias impredecibles.

Eurostat acaba de publicar un estudio para toda Europa donde muestra una sociedad cada vez más vieja y con una de las tasas de natalidad más bajas de la historia. La composición de la población mundial ha cambiado de manera espectacular en los últimos decenios. Entre 1950 y 2015, la esperanza de vida en todo el mundo ha pasado de los 46 a los 70 años, y está previsto que aumente hasta los 81 años para mediados del siglo. España en enero de 2018 había llegado a los 85,3 años de esperanza de vida, ocupando el segundo puesto mundial después de Japón. La población mayor en España a día de hoy es de 8,6 millones de personas con más de 65 años, lo que supone un 19,1% de la población total; de estas, más de dos millones tienen más de 80 años, 500.000 más de 90 y 15.400 superan los 100 años. Se prevé que para el año 2030 la población con más de 65 años sea el 30% del total, lo que elevaría la población anciana de España a 13,5 millones.

Ahora bien, al haber más personas ancianas, también habrá un mayor número de estas con más dependencia y mayor soledad, principalmente después de los 80 años, convirtiéndose en uno de los problemas más graves de nuestra sociedad, que más pronto que tarde tendrá que afrontar.

La soledad se ha convertido en uno de los principales males de nuestro tiempo, que afecta a todas las sociedades desarrolladas y a todos los grupos de edad, pero de forma especial a las personas mayores. La soledad se describe como el «convencimiento apesadumbrado de estar excluido de la sociedad». El ser humano es un ser social por naturaleza. Desde que nace hasta que muere necesita de los demás y cuando no puede establecer ese contacto humano, entonces aparece la soledad. En principio, la soledad llega con los años, con la jubilación, la viudez, las enfermedades y otras circunstancias adversas de la vida.

Si el trabajo, la familia y la salud son los ejes principales que estructuran y definen la existencia humana, cualquier cambio sustancial que afecte a alguna de esas esferas, ya sea laboral, familiar o de salud, representa un grave riesgo para la aparición de una serie de problemas de diversa índole, entre los cuales se encuentra el sentimiento de soledad. Estas circunstancias son las causantes de sentimientos de pasividad, tedio, inutilidad, tristeza. Pero el mayor miedo de los mayores puede venir del deterioro de la salud y sus consecuencias.

Para enfrentarse a estas situaciones, existen una serie de recursos personales, familiares, sociales y políticos que es necesario conocer y/o crear. El carácter de la persona es un elemento muy importante para prevenir la soledad. El mantenimiento de alguna ocupación de manera continuada elimina la sensación de inutilidad; salir a la calle, pasear, mantener algunas actividades, disfrutar del ocio, son buenas alternativas a la soledad. Los recursos familiares están basados en la pareja, los hijos y nietos. Los ratos de convivencia con la familia, con los hijos y nietos procuran a las personas mayores grandes dosis de motivación para seguir viviendo. Por otra parte, entre los recursos sociales estarían la preparación para la jubilación, la educación orientada al desarrollo personal, la participación social, la solidaridad y la implicación en programas de voluntariado.

Sobre los recursos políticos, quiero recordar que en enero de 2018 la primera ministra de Inglaterra, Theresa May, creó un ministerio de la Soledad, al considerar la soledad como un asunto de Estado, por afectar a más de nueve millones de personas en el Reino Unido y por ser considerado un mal contra la salud pública. Por otra parte, investigadores de la Universidad de Utah (EE UU) afirman que el aislamiento social mata a más personas en el mundo que la obesidad o el tabaco.

En España más de 4,6 millones de personas reconocen sentirse solas. ¿Nuestros políticos no tendrían que tomar ejemplo de Theresa May y hacer algo parecido? La soledad y su problemática exigen de los gobiernos el desarrollo de políticas flexibles que sirvan a una casuística tan amplia como es el número de ancianos. Pienso que los políticos no saben qué hacer, pero tendrían que abordar el tema y, al menos, generar debate sobre las medidas necesarias a tomar, aunque no sean populares, como retardar más las jubilaciones, reducir las pensiones, crear nuevas formas de atención domiciliaria, aumentar el número de residencias para mayores.

Para terminar, quiero señalar que en una sociedad como la nuestra, altamente envejecida y caminando hacia un mayor envejecimiento, donde dominan los intereses económicos que producen marginación y soledad, solamente con una cultura de solidaridad se podrá eliminar o, al menos, paliar la soledad. Este objetivo lo tendrían que buscar, primero las personas mayores por sus propios medios, mientras puedan, y cuando no puedan, lo tendría que hacer el Estado.

Pero, mientras llegan las soluciones, yo invito a todos los mayores a rebuscar en el «cogollo del alma», que diría Unamuno, y escarbar entre el rescoldo que pueda quedar de una fe, tal vez dormida, para rezar o recitar estos versos de Sta. Teresa de Ávila: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».

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