Gazpacho andaluz
A ndalucía retrata la vida política nacional. Viene marcada por la decadente temporada de otoño-invierno que viven las dos fuerzas protagonistas de la gobernación del país en nuestra reciente historia. Ese escenario va camino de descomponerse, abriendo vías de difícil pronóstico. Simplemente, porque los deseos y las intenciones de los partidos han vuelto a quedar desbordados por las cifras, como es normal en un sistema parlamentario.
Dicho sea todo eso mirando a los votantes desmotivados del PP y los desfallecidos del PSOE. La desmotivación de unos abre paso a la ultraderecha en el mercado electoral, con efecto llamada en otras partes de España. El desfallecimiento de otros disparó esa abstención que no buscó consuelo en las papeletas de Podemos (AA) y que al final mató a Susana Díaz y acabó con el largo reinado socialista en Andalucía. Los votantes no querían otros cuatro años con más de lo mismo.
Todo ello ha generado un gazpacho electoral que premia con una paradoja al PP. Tiene muchas papeletas para gobernar después de obtener el peor resultado de su historia (siete escaños menos). Y castiga al PSOE también con otra paradoja, pues va a perder el gobierno de la Junta después de ganar las elecciones con mucha diferencia sobre el segundo.
Los indiscutibles triunfadores de las elecciones andaluzas fueron Ciudadanos y Vox, que en el arco político ocupan posiciones de centro-derecha y extrema derecha, respectivamente. Tienen una cosa en común. Su acendrado españolismo. La exaltación de la unidad nacional ha sido bien retribuida por los electores. Mucho más que las apelaciones andalucistas de Susana Díaz y Teresa Rodríguez. Ninguna de las dos valoró el conflicto catalán como un factor condicionante del votante andaluz. Y es evidente que se equivocaron. Aunque también es posible que, de haberlo hecho, el resultado hubiera sido aun peor para ellas, pues sus respectivos referentes nacionales, Pedro Sánchez y Pablo M. Iglesias, no se caracterizan precisamente por su inflamada adhesión a la causa de la unidad nacional.
El caso es que la figura de Inés Arrimadas, carismática dirigente catalana de Ciudadanos, ha disparado la facturación electoral de Juan Marín. Ahora se entiende como un acierto táctico las apelaciones de Ciudadanos y de Vox al órdago separatista en Cataluña. También jugó esa baza el PP. Con menos credibilidad, aunque al final sea su candidato, Moreno Bonilla, el que con toda probabilidad va recoger las nueces del común ‘Viva España’ aireado durante la campaña por los otros dos partidos de la derecha. Con ellos el PP tendrá finalmente que compartir el reto de gobernar Andalucía («Yo no soy su enemigo», se hartó de decir Moreno Bonilla a Juan Marín), aun no sabemos con qué modelo de sindicación política.