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Publicado por
cuarto creciente carlos fidalgo
León

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El Bierzo envejece. León se hace mayor. La natalidad desciende en España a los años del hambre.

El Instituto Nacional de Estadística publicaba esta semana las cifras actualizadas de muertes y de nacimientos durante el último año y dejaba frases rotundas en los medios de comunicación.Nos hacemos viejos. No tenemos hijos. Desaparecemos.

En el caso del Bierzo, con las minas de carbón cerradas y las centrales térmicas condenadas al desmantelamiento, la estadística produce escalofríos. Aquí mueren el doble de personas que nacen. Y si no viene alguien de fuera, nos desvaneceremos en unas décadas.

En el caso de España la estadística también nos da un toque de atención. Nunca antes desde que en 1941, con el país empobrecido y roto, comenzaron a recopilarse los datos de población se había registrado un número tan bajo de nacimientos ni tan alto de defunciones. Lo paradójico es que en 1941, año malo para todos en general, el carbón en auge, el wolframio por el que se peleaban los aliados y los nazis, la autarquía que obligaba a apostar por recursos propios y la industria energética que iba a nacer en torno a Endesa, convertían al Bierzo en el lugar perfecto para recibir población.

Un año después, en 1942, nacía en Santibáñez de Montes, el pueblo borrado del mapa, Manuel Moreno Viloria. Hijo de un maestro, Moreno se iría de la aldea en 1969 para instalarse en Portugalete, donde regentó durante años un bar llamado Buenos Aries. Y en el País Vasco falleció a comienzos de este otoño. Sus hijos se trajeron entonces una parte de sus cenizas hasta las ruinas de su pueblo, un lugar que ya solo existe en la memoria. Allí no hay nada ahora, apenas unas piedras, la escombrera de un cielo abierto y la lápida del último difunto.

Y con la Navidad tan cerca, que siempre resucita el mismo cuento de Dickens, y con una manifestación que reclamará el domingo un futuro para la comarca, la imagen del cementerio de Santibáñez de Montes, un claro en medio de la maleza, parece una buena metáfora de lo que les espera a los pueblos vacíos del Bierzo si no encontramos algo que los vuelva a hacer atractivos para los forasteros. Porque parece evidente que los niños no van a brotar del suelo, como las flores.