El mensaje
E n la narrativa de cada fuerza política, el mensaje navideño del Rey sirve para un roto y para un descosido. Este año no podía ser distinto. Desde el PP, que proclama a Felipe VI marca España («un gran rey para un gran país», ha dicho Teodoro García) hasta Echenique, en el extremo izquierdo del arco político, que niega credibilidad a la Monarquía por su machismo.
Capítulo aparte merece el nacionalismo catalán. Como le ocurre al chulo del barrio, se siente la novia en la boda y el muerto en el entierro. Así que se ha dado por aludido sin motivo, si haber sido mencionado en el discurso. En el mensaje del Rey de 2018, como en el caletre del mosso viral que discutió el 21-D con un guardia forestal, la república catalana no existe.
Sin embargo, no han faltado las airadas reacciones de algunos dirigentes independentistas que se han permitido hacer un innecesario proceso de intenciones a Felipe VI. No hay en el mensaje ninguna mención al llamado conflicto catalán, más allá de las apelaciones a la convivencia y el respeto a la Constitución como normas de obligado cumplimento en la gestión de nuestras diferencias. Entre personas y entre ideas. Entre partidos y entre territorios. Seas de Cornellá o de Benavente.
Pero siempre habrá algún fino analista dispuesto a recordarnos que cuando el Rey apuesta por la convivencia está apostando por una de los dos términos de la ecuación verbal enunciada hace unos días en el Congreso por Pedro Sánchez. Recordemos que el presidente del Gobierno decía: «Convivencia, sí; independencia, no». Nada que ver, a mi juicio, con una realidad siempre exigida por el espíritu navideño, aunque sea 1-O o 21-D. Si no somos capaces de convivir, cerremos la tienda.
No hubo trasfondo político específico en el mensaje del Rey de este año. El trasfondo lo pusieron, una vez más, los enredadores de guardia. El discurso encajó en los lugares comunes propios de un jefe de Estado sin responsabilidades políticas obligado a quedar bien con todos. En todo caso pueden sentirse excluidos los que abominan de la Constitución y no se sienten concernidos cuando Felipe VI dice que, en su cuarenta aniversario, vale la pena profundizar en su legado. Con especial implicación de los jóvenes. Al menos en lo que la Carta Magna significa como fijación del terreno de juego y sus reglas.
Es una simpleza maliciarse aviesas las intenciones del Rey cuando hace asépticos llamamientos a no dejarnos llevar por el odio o el rencor. Hasta Echenique o Iglesias podrían firmarlo si no pretendiesen ser más listos que nadie al advertirnos de que con esas palabras, u otras parecidas, se apunta hacia determinados blancos políticos.
En todo caso, eso depende de la imaginación de cada uno.